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Actualizado: 10 de junio de 2025


La verdad, Sr. de Araceli, si hubiese sabido... Aprecio sus buenas prendas de militar y de caballero; pero... Presentación, retírate. ¿No te da vergüenza oír estas cosas?... Pues, como decía, deseo aclarar el punto oscurísimo del encuentro de usted en la calle con mi hija. Aún creo que hay tribunales en España, ¿no es verdad, Sr. D. Tadeo Calomarde?

12 Oh Dios, no te alejes de ; Dios mío, acude pronto a mi socorro. 13 Sean avergonzados, perezcan los adversarios de mi alma; sean cubiertos de vergüenza y de confusión los que buscan mi mal. 14 Mas yo siempre esperaré, y añadiré sobre toda tu alabanza. 17 Oh Dios, me enseñaste desde mi juventud y hasta ahora; manifestaré tus maravillas.

La tía, aunque no sea más que por vergüenza, se apresurará a sacarla... De lo demás yo me encargo. Todo eso está muy bien dijo el conde después de una pausa, mirando con cariño a su hija. Sólo hay un punto negro. Ya lo ; el madrugar, ¿verdad? Yo me encargo de despertarte... ¡No, no! exclamó asustado. Prefiero ir directamente a casa de la prima. ¡Qué hombre tan perezoso!

Yolanda se puso colorada de vergüenza; y, para hacerle menos penoso ese momento, le dije: Déjelo estar, que lo conozco bien. , , señores; yo conocía bien al viejo... pero a la hija, a ésa no la conocía. Ahí tienen ustedes, pues, en lo que estábamos.

Cuando Dios da al hombre el caudal de las ideas, no se le da, ¡caray! para que le guarde con avaricia, ni tampoco para que le despilfarre, contrahecho o a escondidas y con vergüenza: no, señor, ¡caray! no, señor... como vienes haciendo ... Eso es. Dio dos golpecitos con su caña en el suelo, y continuó marchando calle arriba.

Digan lo que quieran, el pueblo español tiene un gran sentido». Pero a los dos meses, las ideas pesimistas habían ganado ya por completo su ánimo. «Esto es una pillería, esto es una vergüenza.

Tiene el pelo muy rubio, que le cae en rizos por la espalda, como en la lámina de los Hijos del Rey Eduardo, que el pícaro Gloucester hizo matar en la Torre de Londres, para hacerse él rey. A Bebé lo visten como al duquecito Fauntleroy, el que no tenía vergüenza de que lo vieran conversando en la calle con los niños pobres.

Los ojos aterciopelados de la tabernera brillaron con cólera y, dando á sus palabras acento despreciativo, profirió: Te he dicho ya dos veces que no me da la gana. ¿No te has enterado aún? Si lo quieres por escrito, trae pluma y papel y te entregaré en seguida el documento. Velázquez se puso rojo de vergüenza. Quiso responder, pero la palabra expiró en sus labios.

Bien sabe Dios que nunca he olvidado tanta generosidad; pero esa noche me sonrojé, me dio vergüenza aceptar los servicios del médico, sin retribuirlos debidamente. Vamos... prosiguió don Crisanto, en tono afable, ¿ya te resolvió Castro Pérez? ¿Vas a servirle de amanuense? El martes estaré por allá. No entiendo nada de esas cosas.... Bueno; pero todo se aprende.

Carlota sorprendió en estas conversaciones más de una mirada burlona entre su mamá y hermana; pero había devorado la vergüenza sin decírselo a Mario. Era tan inocente, tan bondadoso, aquel muchacho, que daba pena hacerle sentir las espinas de la vida. Como esposa fiel y generosa las guardaba todas para . Pero el poco dinero con que Mario se había quedado para sus gastos feneció muy pronto.

Palabra del Dia

deshice

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