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Actualizado: 10 de junio de 2025
En Montevideo pudo enterarse de los reveses sufridos por su patria y de que el Imperio ya no existía. Sintió vergüenza al saber que la nación se gobernaba por sí misma, defendiéndose tenazmente detrás de las murallas de París. ¡Y él había huído!... Meses después, los sucesos de la Commune le consolaron de su fuga.
Señá Benina, repito que es usted un ángel. Sí... de cornisa... Yo no quiero que usted esté tan desamparado. ¿Por qué le ha hecho Dios tan vergonzoso? Buena es la vergüenza; pero no tanta, Señor... Ya sabemos que el Sr. de Ponte es persona decente; pero ha venido a menos, tan a menos, que no se lo lleva el viento porque no tiene por dónde agarrarlo.
Porque no has de presentarte a Lobato llamándole ladrón y sin saber por qué se lo llamas. Bonis, sin fuerzas ya para nada, siguió al tío maquinalmente, y detrás de ellos se fue Körner. Marta y Sebastián quedaron solos en el comedor. Körner, siempre fiel a su papel de rey Sobrino, iba como de asesor. ¡Buena falta le hacía a Bonis! Pasó en el cuarto del tío la vergüenza que ya esperaba.
Vergüenza tuvo Morsamor de quedarse atrás, pero temía que, si Urbási seguía andando, prendiese el fuego en su larga y flotante vestidura, cuya fimbria tocaba y se extendía sobre el pavimento.
Que si era yo la primera cocinera de toda la Europa... que si por vergüenza no se chupaban los dedos... ¿Y después? Una pepitoria que ya la quisieran para sí los ángeles del cielo. Luego, calamares en su tinta... luego...
Y aún pasan días continuaba la Teodora antes de que los novios se junten de verdad. Mientras están con los padres, tienen vergüenza y duermen separados. Sólo cuando ponen su casa se deciden a acostarse juntos. Las famosas flores blancas asombraban a Feli, haciéndola seguir con atención las indicaciones de la Catañeta.
Leticia, en opinión de Ángel, era «una gran señora», de mucho entendimiento, y amiga y contemporánea de la marquesa; se interesaba vivamente por la suerte de Luz, y parecía quererle mucho; a él, a Ángel, no se diga..., hasta vergüenza le daba no haber correspondido, con una triste visita siquiera, al cariñoso empeño con que ella se las pedía cada vez y donde quiera que le encontraba... Cabalmente la víspera, yendo él por la Carrera de San jerónimo hacia el Prado, subía ella en carruaje.
Pues la cocinera m'a dicho que la señorita ha sío cómica, que una vez la vio de trabajar, pero que ahora está desconocía, porque está muchísimo más guapa; y que fuera de Madrid tomó relaciones con un señor y se casó; pero algunos dicen que no están casaos, y que por eso no la quién ver sus tíos, que son estanqueros; y otros dicen que ella es la que no le da la gana de ajuntarse con ellos, porque le da vergüenza de que son gente ordinaria; y me extraña, porque la señorita es buena.
La vergüenza hizo que volvieran los colores a las pálidas mejillas del fidalgo español. Es que tú no eres una mujer como otras... ¡Ya lo creo, caramba!... ¡Pues si me descuido, caramba! ¡Ya lo creo! ¡Si te descuidas, caramba! exclamó haciendo burla la chula. En verdad que Romadonga estaba descompuesto y aturdido que daba lástima. Si te descuidas, ¡na! prosiguió Concha.
Comenzó a sentir vergüenza de quemar hombres, con todo su aparato de sermones, vestiduras ridículas, abjuraciones, etc. Ya no se atrevió a dar autos de fe. Cuando le era necesario revelar que aún existía, contentábase con unos azotes dados a puerta cerrada.
Palabra del Dia
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