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Actualizado: 10 de junio de 2025
Yo reconozco gritaba el capellán ahogándose , que soy un mal sacerdote; pero delante de mí no hay un judío sin vergüenza que se atreva a hablar mal de la Virgen. O se traga usted esas infamias o le rompo el alma... ahora mismo». No puede describirse lo que allí pasó. Voces, gritos, patadas, capas rotas, vasos volcados, terrones por el suelo.
No sentía miedo; no le intimidaba la hostilidad de la isla y sus habitantes; lo que sentía era remordimiento, vergüenza, por las perturbaciones que había causado. Instintivamente sus pies le llevaron hacia el mar, que era ahora su amor y su esperanza.
Venía una procesión de desnudos, todos descaperuzados, delante de mi tío, y él, muy haciéndose de pencas, con una en la mano tocando un pasacalles públicas en las costillas de cinco laúdes, sino que llevaban sogas por cuerdas. Penséme morir de vergüenza; no volví a despedirme de aquel con quien estaba.
De Leocadia, casi nada me dice; pero de la ambigüedad de sus palabras infiero que, o está loca, o ha perdido la vergüenza. Fácilmente comprenderás lo triste que será para mí hablarte de esto; pero entre tú y yo no hay ya secretos. Mayor pena me causa lo que me dice de mamá.
Se acuerda todavía de la broma de la otra noche. ¡Mal corazón!... ¡Como si todos estuviésemos obligados a vivir tristes y vestidos de luto, como él!... ¿Qué hará en este momento la princesa que guarda encerrada en el camarote?... ¡Y no haber descubierto yo todavía este misterio! ¡Qué vergüenza! Cesó de pensar en el hombre negro y su incógnita cautiva al volver a la banda de estribor.
8 Cuando fueres llamado de alguno a bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea que otro más honrado que tú esté por él convidado, 9 y viniendo el que te llamó a ti y a él, te diga: Da lugar a éste; y entonces comiences con vergüenza a tener el lugar último.
Era una figura enérgica e interesante. Me estrechó la mano con franqueza y cordialidad. Yo sentí crecer la vergüenza en mi pecho, y quedé turbado unos momentos en su presencia. No pareció advertirlo. Me obligó a sentarme, y acto continuo me presentó el cajón de cigarros. Comenzamos a fumar, y esto, y las miradas de aliento que me dirigía Isabel, contribuyeron a serenarme.
En este angustioso y solemne instante no has querido ennegrecer aún más mi situación, con la vergüenza y el oprobio. Tú naciste para algo más que para ser ayudante del verdugo.
La primera intención que me dio fue debolvértelo, porque yo no lo he echo por el interés; pero me lo guardo por si algún día lo necesito, que lo sacaré pensando que me lo a dado el único hombre de quien yo puedo tomarlo sin que me dé vergüenza, porque siempre te he mirado como si fueras mío de beras, aunque ya sabía yo que todo esto era por pasar el tiempo.
Lo mismo era aproximarse Osuna, que ya estaba la casta jamona sofocada, inquieta, un color se le iba y otro se le venía. Pero era tal la vergüenza que sentía, que no hubiera declarado a su mismo padre las insinuaciones del sucio contrahecho. ¡Qué diferencia entre este indecente y el sereno, majestuoso y romántico D. Juan Casanova!
Palabra del Dia
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