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Actualizado: 29 de noviembre de 2025
Por un instante, da rienda suelta a su fantasía; pero su respiración se hace cada vez más penosa, sus pensamientos se obscurecen; a cada pulsación, un dolor, penetrante como una aguja, le atraviesa las sienes; le parece que va a ahogarse bajo la intensidad de los perfumes. Reuniendo todas sus fuerzas, se levanta y abre una de las hojas de la ventana. Pero tampoco encuentra allí reposo ni frescura.
Esta ventana era muy baja, pero yo era tan chica, que para mirar hacia adentro de la habitación tuve que subirme a un tronco de árbol que coloqué contra el muro a modo de banco. Pasé la cabeza con toda precaución por entre medio de la yedra, que formaba espeso marco a la ventana, y descubrí a mi cura. Estaba en la mesa y comía con aire triste.
Estaban sentados alrededor de una mesa, alumbrada por una lámpara de metal, el doctor Lorquin, a cuyo lado olfateaba su enorme perro Plutón; Jerónimo, en el ángulo de una ventana, a la derecha; Hullin, intensamente pálido, a la izquierda; Marcos Divès, con el codo apoyado en la mesa y la mano en la mejilla, se hallaba de espaldas a la puerta, destacándose sólo su obscura silueta y una de las puntas de su bigote.
Pero ¡qué tristeza asomar la frente por las rejas de la ventana y ver aquel cielo siempre encapotado, dejando caer, sin cansarse nunca, agua y más agua! ¡Y luego aquel modo de graznar que tiene la gente para decir lo que se le ocurre! Parecen todos algarabanes. Lo único que había sentido al dejar a Vergara fue una niña con quien se había encariñado mucho, llamada Maximina.
Le indicó un asiento enfrente de ella, dejó la labor sobre la mesa y cerró la ventana. El sol empieza á nublarse, dijo, y hace fresco. Esta primavera inglesa es glacial. ¿Hace mejor tiempo en América? ¡Oh! En América todo es mejor. Las estaciones no engañan, ni los hombres. Sorege levantó la cabeza. La alusión era directa; el ataque comenzaba y había que responder inmediatamente.
Una de ustedes se casará con cualquier pelele, y la otra se meterá en un conventito a rezar por nosotros los pecadores, a no ser que algún día vea un galán por la reja, y se enamore, y luego se tire por la ventana a la calle. Doña María no podía resistir más.
Poco a poco se fue adaptando a su nuevo domicilio, y cuando la sorprende de nuevo nuestro relato, sentada junto a la ventana y recapacitando, con la mano dentro de la media, en una fecha que debe caer allá por Marzo del 75, ya no se acordaba de la vivienda de Chamberí en que la conocimos.
-No des en eso, Altisidora amiga -respondieron-, que sin duda la duquesa y cuantos hay en esa casa duermen, si no es el señor de tu corazón y el despertador de tu alma, porque ahora sentí que abría la ventana de la reja de su estancia, y sin duda debe de estar despierto; canta, lastimada mía, en tono bajo y suave al son de tu arpa, y, cuando la duquesa nos sienta, le echaremos la culpa al calor que hace.
Los carlistas atacaron el pueblo, los nacionales se refugiaron en la torre de la iglesia, y entonces aquéllos la incendiaron: un nacional que se descolgó por una ventana, pudo correr al caer a tierra, pero le vio el prior y comenzó a gritar: ¡a ese conejo que se escapa! ¡cazarle! y le mataron. Por supuesto, que el tal prior era una fiera.
Pues bien: toda esta grandeza, todo este poder, toda esta fortuna están escritos en sus innumerables monumentos. En más de una torre desmantelada, á que sirvieron de cimiento ruinas de la dominación de Roma, hay ventana que fué primero ajimez árabe, después ojiva gótica, luego nicho del Renacimiento, y que hoy es balcón adornado de flores á que se asoma la hija del campanero.
Palabra del Dia
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