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Actualizado: 5 de octubre de 2025


¿Y si no fueran ellos? dijo Van-Horn . No cometamos imprudencias, señor Cornelio, sin estar seguros de que sean nuestros compañeros. Es verdad; pero no debemos quedarnos aquí. No; y avanzaremos; pero con precaución. ¡Silencio y avante! La llama seguía brillando y era cada vez más fuerte, esparciendo un vivo resplandor a través de los árboles de la selva.

Lo que es ese no volverá a levantarse dijo Van-Horn . El confite le ha sabido bien amargo, pero lo tenía bien merecido. ¡Ah, pillos! también nosotros tenemos armas que matan como el rayo. Estoy dispuesto a repetir la suerte dijo Cornelio. Al primero que se acerque lo dejo seco. ¡Cuidado! gritó el Capitán.

¡Preparad la cuerda del ancla! gritó el Capitán a Van-Horn y al chino . ¿Sigue la otra a babor? Siempre, señor contestó el piloto. ¿Crees que resistirá? Confío en ello, Capitán. Virando algo, creo que podremos ejercer un poderoso esfuerzo por estribor y poner el barco a flote. Ayudaremos a la marea. En aquel momento se estremeció el junco y pareció que tendía a recobrar su nivel.

Tío dijo Cornelio ; están todos borrachos perdidos y no es posible hacerles entrar en razón. ¡Oh, miserables exclamó el Capitán, empujando con rabia al maestro y al cabo de pescadores hacia las barcas . ¡Esto era cuanto me faltaba! ¡Pronto, Van-Horn, Hans, Cornelio: coged a estos bribones y echadlos en las chalupas! ¿Tendremos tiempo para eso?

¡Dios no lo permita! Antes que encontrarme en el estrecho de Torres con este tiempo, preferiría verme delante de una escollera. Pues delante de una escollera creo que nos encontramos, señor Stael dijo Van-Horn, que se había levantado de pronto. ¿No es la costa australiana la que estamos viendo? No; es una larga línea de escollos. ¿No te equivocas, Horn? preguntó el Capitán con ansiedad.

Apresuraos, tío dijo Hans . Creo percibir sombras negras moviéndose a lo lejos. Partamos, Van-Horn.

Van-Horn se inclinó por el coronamiento del castillo y miró hacia abajo. Un grito se le escapó. ¡Capitán! exclamó . ¡Nos vamos hundiendo lentamente! La popa se ha sumergido en poco tiempo más de tres pies. El agua ha cubierto el timón y llega a la orla inferior del cuadro. ¡Hans, Cornelio, Lu-Hang, a la estiba! gritó el Capitán . ¡Sobre nosotros pesa una triste fatalidad!

Los piratas tienen que venir de la parte del mar. Es verdad; pero pueden haber desembarcado, para caer de espaldas y de frente sobre nosotros. Van-Horn no respondió; pero movió la cabeza con aire de duda. ¿Qué hacemos? dijo Cornelio después de algunos instantes de silencio. Por ahora, vigilar las aguas.

Crecen en los terrenos que producen la nuez moscada; pero prefieren los volcánicos. Cornelio, Hans y el mismo Van-Horn se acercaron al árbol indicado, que crecía en los linderos del bosquecillo, y lo observaron atentamente. Tenía más de veinte pies de alto, y estaba cuajado de pequeños ramitos de flores de un color rojo oscuro que despedían un aroma delicadísimo.

¡Gritad, gritad, que ya no nos pillaréis! decía Van-Horn mirando a los salvajes que iban perdiéndose en la distancia : os desafío a seguirnos basta el estrecho de Torres. Veo que ya no te dan miedo, viejo Horn le dijo Cornelio.

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