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Actualizado: 5 de octubre de 2025


¡Tío!... exclamaron los dos jóvenes en tono de reproche. Pero pronto seréis verdaderos marinos ¡qué diablo! No se improvisan en un día los lobos de mar. Es cierto. ¡Eh, Van-Horn! gobierna hacia aquella punta. ¿La ves? gritó el comandante.

Porque no quieren seguir aquí más tiempo, Capitán dijo Van-Horn . Dicen que no están dispuestos a dejarse comer por los australianos en beneficio nuestro y del armador y consignatario del junco. ¿Os subleváis, pues, por miedo?

¡Los salvajes!... ¡Ah, !... Bebamos sciam-sciú. ¡Bebamos! Te van a comer, ¡estúpido!... ¡A bordo! ¡A bordo! ¡Miserables! El chino balanceó estúpidamente la cabeza y comenzó otra vez su baile alrededor de los barriles, acompañándose con cánticos. Van-Horn lo echó a rodar de un tremendo puntapié.

Más tarde me lo dirás. Mira, viejo negro, que tengo en la selva compañeros libres, y si nos tocas a o a los míos, quemarán tu aldea. Mis guerreros me defenderán. ¡Oh, bandido! El Capitán, furibundo, se había levantado amenazando con los puños al jefe, cuando de pronto oyó dos disparos de fusil, seguidos de gran gritería. ¡Dos disparos! exclamó Hans . ¡Sin duda son Cornelio y Van-Horn!...

Este grito extraño, que ya habían oído antes, salió de pronto de entre las rocas, interrumpiendo la frase del Capitán. Casi al mismo tiempo se oyó exclamar a Van-Horn: ¡Eh, monazo del demonio: en cuanto hagas el menor movimiento, te aso! ¡Palabra de marinero!

Una noche tempestuosa su buque naufragó en el mar de Coral, junto a la costa australiana, y de los veinte hombres que componían la tripulación, sólo él y el viejo Van-Horn pudieron salvarse en un madero. No se desanimó por aquella desgracia, aunque fué para él un desastre.

Aquí está nuestro pan dijo señalando un árbol de unos veinte pies de alto y de tres y medio o cuatro de diámetro, de larguísimas hojas, que en vez de crecer derecho, se torcía, tomando una dirección oblícua. ¡Nuestro pan! exclamaron los dos jóvenes admirados. Y muy bueno, señores míos dijo Van-Horn . La harina está en sazón, pues veo las hojas cubiertas de un polvo gris. ¿Y dónde está esa harina?

¿Podréis decirme si está muy lejos y si nos será fácil llegar a él? Lo creo muy difícil, Van-Horn; porque Dory está en la península septentrional al lado de allá de la bahía de Geelwinck, y tendríamos que atravesar para llegar allí territorios inmensos cubiertos de selvas impenetrables y poblados por gentes ferocísimas. Tengo otro proyecto que me parece mejor y más practicable.

Tales eran las inquietudes que atormentaban al Capitán y a Van-Horn, más prácticos que los otros en cosas de mar. Con todo, no perdían el ánimo, y para no asustar a sus jóvenes compañeros, trataban de parecer tranquilos y confiados. El junco estaba perdido, y se hacía absolutamente preciso abandonarlo cuanto antes.

Allá distingo las olas luminosas rompiéndose en las escolleras y lanzando al aire su espuma fosforescente. ¡Atención, Van-Horn! ¡Ten firme la caña del timón! Uno de los más espléndidos fenómenos que se admiran en los océanos es, sin duda, la fosforescencia marina, cuya intensidad depende de los climas y de la mayor o menor cantidad de zoófitos que haya en las aguas.

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