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Actualizado: 5 de octubre de 2025
Se veían aún algunas huellas: trozos de pan de sagú, cenizas, una pequeña choza medio caída, plumas de palomas, pero nada más. ¡Nada! ¡Ni un papel que nos indique el camino que han seguido! exclamó Van-Horn con desesperación.
Son hermanos de los hombres blancos que me arrancaron de las manos de los arfakis, cuando iban a matarme. En aquel instante Cornelio y Van-Horn se presentaron en la puerta. ¡Tío! ¡Sobrino! ¡Hans! ¡Van-Horn! Los cuatro náufragos, que llegaron a temer no volver a verse, se abrazaron estrechamente, mientras el chino, arrebatado de alegría, daba saltos por la estancia, como si estuviera loco.
Por desgracia, Van-Horn no podía mantener la ruta hacia el Este a causa del oleaje, que, por venir del Sur, empujaba de costado a la chalupa. Tenía que dirigir la proa al Nordeste y otras veces al Norte, alargando así el camino en muchas leguas. Además, el tiempo no tendía a calmarse, sino que más bien empeoraba, poniendo a dura prueba el valor de aquellos desgraciados.
Alumbrados por los rayos del sol, que producían en aquellas soberbias tintas reflejos brillantísimos, no parecían aves, sino ramilletes de flores salpicados de pedrería. ¡Qué soberbios volátiles! exclamó Cornelio . Nada he visto en mi vida más hermoso, ni creo que lo haya en toda la redondez de la Tierra. Es verdad, señor dijo Van-Horn . No hay aves que superen a éstas en hermosura.
De estos pobres anfibios se hace un consumo enorme, y si continúa la destrucción, antes de muchos años desaparecería la especie. En América comienza ya a escasear. Dicen que los pescadores de tortugas no las matan siempre dijo Van-Horn.
Señor Cornelio; partamos sin perder un minuto dijo el piloto . Dentro de cuarenta y ocho horas abrazaremos al Capitán, a Hans y al chino. ¡En marcha, Van-Horn! Me siento tan fuerte ahora, que andaría diez leguas sin detenerme. Recogieron los panes de sagú esparcidos entre la hierba, y se pusieron en marcha penetrando en la gran selva, que se extendía hacia el Oeste.
¡Ahora lo comprendo! exclamó Van-Stael . El muy pillo, aprovechando la orgía de los chinos, cortó las cuerdas con los dientes y rompió las cadenas a hachazos para que el junco embarrancase en las escolleras de la bahía! ¿Y por qué no se mueve el barco si no está anclado? El reflujo ha debido llevarle fuera de la bahía. Tengo miedo de comprender tus palabras, Van-Horn. ¿Las comprendéis?
Los imprudentes, persiguiendo a la res, se han olvidado de hacer señales en los árboles, y Dios sabe dónde estarán ahora. No pueden estar muy lejos, tío dijo Hans . El babirussa perdía sangre y no habrá podido correr mucho. De seguro volverán. Pero la selva es inmensa, Hans, y muy fácil extraviarse en ella. Van-Horn es un marino, y tú sabes que los hombres de mar saben orientarse muy bien.
Duraba ya media hora aquella persecución, cuando Cornelio, que había vuelto a cargar el arma, vió a la res aprisionada entre un tejido espesísimo de lianas. Hizo fuego por segunda vez, y el animal cayó muerto. ¿Le acertasteis? preguntó Van-Horn, que estaba unos trescientos pasos detrás. Sí, y bien, pues no se mueve respondió el cazador.
Aquellas precauciones resultaron inútiles, porque la noche pasó con tranquilidad y en silencio. Ni hombres ni fieras asomaron por aquellos sitios. Al amanecer, todos se entregaron al trabajo para preparar la provisión de pan. Van-Horn construyó una especie de cedazo con hebras de cáscara de coco, y se puso a cerner la harina.
Palabra del Dia
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