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Actualizado: 5 de octubre de 2025


Es un grito de llamada, Capitán dijo el viejo Van-Horn. ¿Habrá alguna tribu acampada por estos contornos? Ya sabéis que en la temporada de la pesca estos salvajes acuden a la costa con la esperanza de proporcionarse carne humana. El año último las tripulaciones de tres juncos fueron devoradas por los salvajes del cabo York. Lo , Van-Horn.

El australiano, al verse defraudado en sus propósitos, se puso en pie, con ademán amenazador. Pero ¡qué mamarracho eres! le dijo el marinero riendo. ¡Ten cuidado, Van-Horn! dijo el Capitán . Estos salvajes son traidores. Le romperé el chuzo en las espaldas, señor Van-Stael.

, Capitán repuso Van-Horn : no podemos equivocarnos. Apresurémonos: me consume la impaciencia. Bajaron a la orilla del río y se fueron costeando el bosque, avanzando siempre con mil precauciones, pues no estaban seguros de que aquel sitio estuviera desierto.

No lo creo respondió Van-Horn . Creo más bien que se trata de una venganza. Preparémonos a hacer fuego. Entretanto, los arfakis sujetaban con bejucos a la espalda del desgraciado un haz de hojas secas. El prisionero lanzaba gritos y se revolvía furiosamente.

A las dos, mientras el Capitán y el chino relevaban a Van-Horn, a Hans y a Cornelio, descubrieron hacia el Oeste, pero a gran distancia, un punto luminoso que parecía brillar a flor de agua. ¿Será el fanal de algún buque? preguntó Hans. Me parece demasiado bajo dijo el Capitán, que observaba atentamente. ¿O alguna isla? ¿Será la barca de un salvaje? No; parece que la luz está fija, viejo mío.

¿Y cómo nos las vamos a componer si esto dura mucho? se preguntó el Capitán con cierta inquietud ; porque estos bandidos son capaces de tenernos sitiados sabe Dios hasta cuando. No tenemos prisa, tío replicó Cornelio : se está muy bien en este nido de cigüeñas. Pero ¿y los víveres? ¿y el agua? ¿Tratarán verdaderamente de sitiarnos? preguntó Van-Horn. Estoy seguro de ello, viejo mío.

En el mar, ; ¡pero en estos bosques, donde no pueden verse el sol ni las estrellas! Pero tengamos paciencia. No veo otro remedio por ahora. Construyeron una pequeña choza con hojas y ramas entrelazadas, y se guarecieron en ella para pasar la noche sin atreverse a dormir, por temor de no oir los gritos o señales de sus compañeros. Las horas pasaban sin que Cornelio ni Van-Horn volviesen.

El capitán Van-Stael había hecho botar al agua una gran chalupa, y se había embarcado en ella en compañía del viejo Van-Horn, de Hans y de Cornelio. Inclinado hacia el mar, se había puesto a observar el agua con gran atención, explorando el fondo de la bahía, que se distinguía perfectamente.

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