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Actualizado: 3 de julio de 2025
Esos le ahorrarán a usted el trabajo dijo Sarto. Vámonos. Tenía razón. Los que llegaban eran sin duda servidores de Miguel, enviados para hacer desaparecer las huellas de su crimen. Ya no vacilé, pero se apoderó de mí un deseo irresistible de castigarlos, y señalando al cadáver del pobre José, dije a Sarto: Venguémoslo, coronel! ¿Desea usted proporcionarle compañía, eh?
El retrato del Rey es acabadísimo. La dama de pálido rostro y encantadora cabellera se aproximó entonces, sostenida la cola del vestido por dos pajecillos, y el heraldo anunció: ¡Su Alteza Real la princesa Flavia! Hízome profunda reverencia y tomando mí mano la beso. Vacilé un momento. Después la atraje hacia mí y deposité dos besos en sus mejillas, que coloreó el rubor.
Y también lo habrán hecho para que yo vacile en mi entendimiento, y no sepa atinar de dónde me viene este daño; porque si, por una parte, tú me dices que me acompañan el barbero y el cura de nuestro pueblo, y, por otra, yo me veo enjaulado, y sé de mí que fuerzas humanas, como no fueran sobrenaturales, no fueran bastantes para enjaularme, ¿qué quieres que diga o piense sino que la manera de mi encantamento excede a cuantas yo he leído en todas las historias que tratan de caballeros andantes que han sido encantados?
Me escribió Matilde, diciéndome que Adela me iba a mandar invitación y que no faltara. Vacilé; pero, al fin, resolví quedarme. Y ahora me alegro, pues según me dicen las de Arnedillo en una larga carta, el baile fué un fiasco completo, aunque parece que hubo mucha «gente». Además, el ambigú estuvo servido de una manera deplorable.
Con todo, ante esta aventura, que parecía evocada por mis pensamientos, latiome el corazón con fuerza, y vacilé tanto en entrar al salón, que estaba aún en la puerta cuando llegó el cura hecho una sopa, pero contento. Señor cura exclamó yo, corriendo hacia él, hay un hombre en el salón. ¿Y qué hay con eso, Reina? Un arrendatario, supongo. No, no señor cura, es un verdadero hombre.
Durante algunos minutos vacilé; dudé si debía desentrañar el misterio que guardaba aquel cofrecillo, o si prefería la duda a la verdad. Tres veces extendí mi mano hacia el cofrecillo, y tres veces la retiré. Pero por terrible que sea la verdad es preferible a la duda. Me apoderé al fin del cofrecillo, le puse sobre la mesa y le abrí. Al abrirle mi corazón no latía.
Viéndose cogida, Benina vacilé un instante; mas no era mujer que se arredraba ante ningún peligro, y su maestría para el embuste le sugirió pronto el hábil quite: «Pues, señora, dejé la cesta, con lo que traje, en casa de la señorita Obdulia, que lo necesita más que nosotras. Has hecho bien. Te alabo la idea, Nina. Cuéntame más. ¿Y un buen solomillo, no pusiste? ¡Anda, anda!
Ahora que con mejor luz podía ver bien sus facciones, no vacilé en confirmar mi anterior sospecha: era el mismo hombre que un año antes había conocido en la mesa de Burton Blair, en su mansión de la plaza Grosvenor. Recordaba muy bien la ocasión.
A la mañana siguiente fui a verla: vacilé mucho antes de hacerlo pero no me pude contener ni quise dominar el deseo de salir de dudas, porque todo me inducía a sospechar, y un presentimiento amarguísimo me gritaba que Pepe debía de haber cometido una maldad muy grande. Afortunadamente, aquella mujer no me conocía, sabía que Pepe era casado y nada más.
El barrio entero de pescadores se hallaba preocupado con tal persecución. Al recibir aquella carta me dispuse a ir a Lúzaro; antes pensaba en esperar a reunir algún dinero para casarme; ya no vacilé, decidi casarme en seguida. Si Mary quería, por supuesto. Pasaria unos dias en Lúzaro, pondriamos la casa en Burdeos y me iría a navegar.
Palabra del Dia
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