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¡El cocinero mayor de su majestad dijo el bufón , es usurero! ¿Qué tiene que ver ese pecado mortal de Francisco Montiño para nuestro secreto? Esperad, esperad. El señor Francisco Montiño se vale para sus usuras, de cierto bribón que se llama Gabriel Cornejo. Veamos, veamos á dónde vais á parar. Me parece que voy viendo claro.

¡Ah!, señor; la necesidad... Ese implacable déspota... ¿Con que no viajáis por placer? Ese placer es para los ricos, y yo soy pobre. ¡Por mi gusto!... ¡Si supierais el motivo de mi viaje, veríais cuán lejos está de ser placentero! ¿Adónde vais, pues? A la guerra, a la guerra civil, la más terrible de todas: a Navarra.

Sentaos, Nancy... aquí... indicando una silla frente a él . He vuelto así que pude, para impedir que alguna otra persona os contara lo sucedido. He experimentado una gran sacudida, pero temo más lo que vais a sentir vos. ¿No se trata de mi padre o de Priscila? dijo Nancy con los labios trémulos y juntando sus manos con fuerza sobre las rodillas.

Ya habéis dicho que hablemos con juicio, y es una locura pensar que puedan amarse como hermanos un hombre como vos y una mujer como yo. Vivamos como amantes. ¡Como amantes! ¿pues qué, no os vais de Madrid? por cierto; pero por el mismo camino que yo me vaya podéis ir vos. Y bien; suponiendo que yo consienta... Y Dorotea miraba de una manera ansiosa á don Juan.

Los que no sois aficionados, siempre empleáis los mismos argumentos, ¡los caballos!... ¡las tripas!... Si atendieseis a la lidia, no repararíais en esas menudencias... pero, ¡claro está! no sabéis lo que está pasando, no os ocupáis de estudiar el toro, os aburrís, y vais a mirar allá al otro extremo de la plaza a ver si a algún caballo se le ha salido el mondongo... Y en último resultado, ¿qué? ¡No parece más que no habéis visto nunca las tripas de un animal! ¿No os coméis todos los días el chorizo en el cocido?

Sería, por cierto, una nueva especie de geografía dijo Stein riéndose . ¿Y los escritores? No faltarían si se buscaran respondió Rafael , como nunca faltan hombres para toda empresa, cuando hay bastante tacto para escogerlos. La prueba es que aquí estoy yo, y ahora mismo vais a oír una novela compuesta por , que participará de ambos géneros.

Aun cuando consigais enviar diputados elegidos á vuestro gusto, ¿qué vais á hacer en ellas sino ahogaros entre tantas voces y sancionar con vuestra presencia los abusos y faltas que despues se cometan? Mientras menos derechos reconozcan en vosotros, más tendreis despues para sacudir el yugo y devolverles mal por mal.

¡Ah! Pues si buscáis al señor Francisco Montiño, os aconsejo que le esperéis mañana, á las ocho, en la puerta de las Meninas; todos los días va á esa hora á oír misa á Santo Domingo el Real. Y el lacayo, creyendo haber dado al joven bastantes informes, se marchaba. Esperad, amigo, y decidme si no vais de prisa: ¿por qué razón he de esperar á mañana y esperar fuera del alcázar?

DON URBANO. Ya: para el envío a Roma. CUESTA. ¿Y Evarista? DON URBANO. Vistiéndose. CUESTA. Ya que vais a la inauguración de La Esclavitud, y que lleváis a Electra. DON URBANO. Por cierto que de esta niña no debemos esperar nada bueno. Cada día nos va manifestando nuevas extravagancias, nuevas ligerezas... Que no significan maldad. DON URBANO. Lo son como síntoma, fíjate, como síntoma.

Vos sois enemigo de los que mandan, y abusan del rey, y servís al duque de Osuna, y os declaráis por la reina, por ambición, y yo aborrezco á los que vos aborrecéis y amo á los que vos amáis por venganza. ¿Sabe acaso alguien á dónde vos vais? ¿sabe alguien á dónde yo voy? ¡oh! y si alguna vez llegamos al fin de nuestro camino, juro á Dios que no han de reirse más de cuatro con los desenfados del poeta y con las desvergüenzas del bufón.