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Actualizado: 20 de julio de 2025
Le salvaré. ¡Hola, doña Violante! ¡Doña Violante! Acudió una doncella. Mi manto, al momento; que pongan una carroza. La doncella salió. ¡Cómo, madre mía, vos!... ¿Vais á ir?... Sí; sí, yo en persona casa del duque de Lerma. ¿Pero no sería mejor que él viniese?... No; no... quiero verle al momento... iré. Pero, toma esas joyas... y la carroza tarda... La nuestra... ¡Ah! ¿tenéis carroza?...
Son raros los que confiesan y os vais á asombrar cuando os diga que ha habido procesados que se confesaban culpables y no lo eran. Pero esta es una excepción de las que, según la lógica, confirman la regla general. Convendrá usted, sin embargo, dijo Tragomer, que resultaría extraordinario que un hombre fuese condenado por la muerte de una mujer si esta mujer estaba viva.
Tropezaba acá y allá con las gentes, como un caballo desbocado, las lanzaba un gran trecho ó las dejaba caer y seguía corriendo. En pocos momentos llegó al alcázar. Antes de llegar á él vió á Luisa y á Inés que iban envueltas en sus mantos. Pararon un momento. ¿A dónde vais? las dijo con acento amenazador. ¡A misa...! contestó temblando Luisa. ¡A misa! ¿en día de trabajo?...
Pues bien; quemad esa alfombra y lavad esos rastros, señora; algo habéis de hacer por vuestra parte. Ahora bien, alcalde; vais á salir de esta casa. En ella no habéis encontrado nada. En premio de vuestros servicios, miráos ya presidente de los oidores de la real audiencia de Méjico, con tres mil ducados para costas de viaje. ¡Ah! ¡señor! ¡excelentísimo señor!
Casa de la duquesa de Gandía. ¿Vais casa... de la duquesa?... dijo Quevedo con acento hueco á doña Clara. Yo no he tenido la culpa dijo la joven. ¡Cómo! ¿de qué no has tenido tú la culpa, Clara mía? dijo don Juan. Don Francisco lo sabe todo. ¡Cómo! ¡sabéis!... Sí por cierto, sé... Y Quevedo se detuvo. Sí, sabe que la duquesa de Gandía es... tu madre... ¿Os ha dicho acaso mi padre?...
Miguel observó a la luz del farol la extremada palidez de ambos, sobre todo del más pequeño. Oyes, chico, ¿cómo tienes aquí a este niño medio helado? ¿por qué no os vais a casa? dijo encarándose con el mayor.
¿Dónde vais, caballero? dijo á Quevedo un criado de escalera arriba. Quevedo no contestó, y siguió andando. ¿No oís? ¿dónde vais? repitió el sirviente. ¿No lo veis? voy adelante contestó sin volver siquiera la cabeza Quevedo. Perdonad dijo el lacayo, que alcanzó á ver en aquel momento la cruz de Santiago en el ferreruelo de don Francisco.
Disponed de mí: yo soy vuestro... yo os amo dijo don Juan embriagado. Y en aquel momento, olvidándolo todo, asió con sus dos manos la hermosa cabeza de Dorotea y la besó en la boca. ¡Oh! ¡qué horror! exclamó la joven poniéndose en pie de un salto ; ¡qué crueldad! ¡qué daño me habéis hecho tan terrible! Y arreglándose el manto, se dirigió á la puerta y llamó. ¿A dónde vais, Dorotea? dijo don Juan.
Tened paciencia, Marta, todo depende de vuestra voluntad y resolución de espíritu: se os deja el derecho de elegir; estáis llamada a decidir vos misma vuestra suerte. Sí, sí, conocéis hasta qué punto puede y debe extenderse el sacrificio de una madre; pronto vais a saberlo, porque contáis para ello con un medio infalible.
Don Juan, la reina es mi hermana dijo profundamente doña Clara : ella en su alta posición y yo en la mía, al conoceros... oíd desde el principio, don Juan. Yo tenía una madre buena, amante, hermosa... venid... vais á conocer á mi madre. Doña Clara se levantó, tomó una bujía y precedió al joven. Pasaron por un aposento de vestir, y entraron en un dormitorio.
Palabra del Dia
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