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Actualizado: 10 de junio de 2025


Era don Cayetano un viejecillo de setenta y seis años, vivaracho, alegre, flaco, seco, de color de cuero viejo, arrugado como un pergamino al fuego, y el conjunto de su personilla recordaba, sin que se supiera a punto fijo por qué, la silueta de un buitre de tamaño natural; aunque, según otros, más se parecía a una urraca, o a un tordo encogido y despeluznado.

El Inteleto le cuchicheó algo dentro del cráneo, y Belarmino salió a la calle, fué andando hasta la aldea, y en el primer caserío encargó que le buscasen una urraca y se la llevasen al cuchitril. Había oído que a las urracas, con paciencia y buen vino, se les enseña a hablar. Hubiera preferido un loro, pero no tenía dinero y dudaba que se encontrasen en el mercado.

Necesito demoler las torres del orgullo, abatir los alcázares del fanatismo, burlarme de la fatuidad de cien familias que cifran su orgullo en descender de un rey asesino, D. Enrique II, y de una reina liviana, doña Urraca de Castilla; apalear cien frailes, azotar cien dueñas, profanar la casa llena de pintarreados blasones, y hasta el mismo templo lleno de sepulcros, si la refugian en él.

El segundón, tendiendo en el aire sus manos crispadas por el ansia fratricida, lanzó de su boca fiero torrente de insultos y amenazas incomprensibles; mientras el mayorazgo, inmóvil y descolorido, le miraba con sonrisa convulsa, la mano derecha en la daga. De pronto, al escándalo de las voces, doña Urraca, la mujer del hidalgo, apareció en la puerta cual brusca visión.

Era la Capilla de los Curas, donde yace el cuerpo de D.ª Urraca de Castilla, como sobre la tumba yace su estatua.

Luego, encarándose con su esposo: Nada de esto sucediera si no fuese vuestra cobardía. Poco falta ya para que nuestros hijos se acuchillen en vuestras barbas. El hidalgo bajaba cada vez más la cabeza, y sus manos frotaban nerviosamente los brazos del sillón. Doña Urraca prosiguió: ¿Qué sangre villana lleváis en esas venas, señor, que no os deja volver por la honra de vuestra casa?

EL MORENO 1074 a los pájaros cantores ninguno imitar pretiende; de un don que de otro depende naides se debe alabar, pues la urraca apriende a hablar, pero sólo la hembra apriende. 1075 Y ayúdame, ingenio mío, para ganar esta apuesta; mucho el contestar me cuesta. Pero debo contestar; yoy a decir en respuesta cuál es el canto del mar.

Habiendo muerto D. Pedro I en 28 de Setiembre de 1104, le succedió su hermano D. Alonso Sanchez, llamado el batallador, que estuvo casado con Doña Urraca de Castilla, el cual puso el primer sitio á Zaragoza en 1107, cuyo sitio tuvo que levantar por la llegada del rey de Marruecos Jucef, que habia tomado á Cuenca, y que apretaba á Toledo.

Y cuando Magdalena, eficazmente ayudada por el juez y por nuestro hibernés, pasajero de cubierta, puso la mesa con toda la loza disponible, ya habíamos recobrado todos nuestro buen humor, a pesar de la lluvia que batía las ventanas, del viento que bajaba a bocanadas por la chimenea, de las dos señoras que cuchicheaban entre , en un rincón, y de la urraca que desde su ennegrecido vasar subrayaba con satíricos graznidos su entretenido diálogo.

Llegó pocos días después el aldeano con la urraca, blanca y negra como los Padres dominicos. «Ahora, a enseñarle el idioma más vulgar posible», se dijo Belarmino, no sin cierto desconsuelo y perplejidad, porque no se le ocurrían vulgaridades ni le tentaba ingeniarse en inventarlas.

Palabra del Dia

rigoleto

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