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Actualizado: 5 de junio de 2025
Comprende la satisfacción inenarrable que sentirán los cinco dedos de un cristiano recorriendo y palpando esas maravillas; más también has de percibir, que con una pieza de cinco céntimos, no se pagan las cuentas de esos serafines... Ellas poseen cosas mejores: cabellos color de oro o color de tinieblas, resumiendo así en sus trenzas la apariencia emblemática de las dos grandes tentaciones humanas: el hambre del metal precioso y el conocimiento del absoluto trascendente.
Allí se ven largas trenzas de cabello, que la hija amante ofreció, como su más precioso tesoro, el día en que su madre fue arrancada a las garras de la muerte; niños de plata colgados de cintas color de rosa, que una madre afligida, al ver a su hijo mortalmente herido, consagró por obtener su alivio al Señor del Socorro; brazos, ojos, piernas de plata o de cera, según las facultades del votante; cuadros de naufragios o de otros grandes peligros, en medio de los cuales los fieles tuvieron la sencillez de creer que sus plegarias podrían ser oídas y otorgadas por la misericordia divina; pues por lo visto las gentes de alta razón, los ilustrados, los que dicen ser los más y se tienen por los mejores no creen que la oración es un lazo entre Dios y el hombre.
De la pared colgaba una grande y hermosa lámina detrás de cuyo cristal se veían dos trenzas negras de pelo, hermosísimas, enroscadas al modo de culebras, y entre ellas una cinta de seda con este letrero: ¡Hija mía! «¿De quién es ese pelo?» preguntó Jacinta vivamente, y la curiosidad le alivió por un instante el miedo.
Frente a la puerta, a pocos pasos de la ventana, estaba la cama. La sobrecama arrojada a los pies formaba un montón blanco detrás del cual brillaba la línea rubia de las trenzas de Olga; también se alcanzaba a ver una parte de la frente, que resaltaba tan blanca como la sábana.
E inclinando su cabeza rubia obscura, cargada de gruesas trenzas, como un casco de oro antiguo, dijo sonriendo con confianza amistosa y burlona: Bien venido, Rafaelito. No sé por qué, le esperaba esta tarde. Ya nos hemos enterado de sus triunfos: hasta este desierto llegaron la música y los vivas. Mi enhorabuena, señor diputado. Pase adelante su señoría.
¡Juan! murmuró Lucía, poniéndose más blanca que las camelias. ¿Juan Jerez? dijo Sol alegrándosele el rostro, y acabando apresuradamente de sujetarse las trenzas. Lucía, en pie y ceñuda, y con los ojos puestos sobre Sol, a quien turbaba aquel silencio, aguardó apoyada en la silla de hierro, a Juan que, reparando apenas en Sol, venía hacía su prima con las manos tendidas.
17 y lo llenarás de pedrería con cuatro órdenes de piedras. 18 El segundo orden, un carbunclo, un zafiro, y un diamante; 21 Y serán aquellas piedras según los nombres de los hijos de Israel, doce según sus nombres; como grabaduras de sello cada una según su nombre, serán a las doce tribus. 22 Harás también en el pectoral cadenetas de hechura de trenzas de oro fino.
Costábale trabajo resolverse, y permanecía refugiada en el rojo dosel de la cortina, cruzando las manos sobre el peinador de percal blanco, que rayaban con doble y largo trazo, como de tinta, sus sueltas trenzas.
Mientras que la Francesa aventurera hace conocer su artificio y esconde bajo la gorra su cabeza de cabellos pobres, la Española ostenta con garbo su rica mantilla, bate con maestría singular el inolvidable abanico, marcha con gracia y donaire pero sin esforzarse en la coqueteria, y arrebata con su tez suavemente morena, sus grandes y negros ojos, su rica dentadura y su ampulosa cabellera recogida en un elegante peinado ó en hermosas trenzas.
Andando el tiempo aquella gracia había de ser severidad, y a las oscuras trenzas sucederían las canas de plata, sin que en la pura frente imprimiese jamás una mancha el delito ni una arruga el remordimiento. ¡Cuán sazonada madurez prometía tan suave primavera! Al pensarlo, felicitábase otra vez Julián por la parte que le cabía en la acertada elección del señorito.
Palabra del Dia
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