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Actualizado: 25 de junio de 2025
En éstas y otras meditaciones por el estilo transcurrieron las horas hasta que dieron las tres, y D. Pedro, que acababa de volver del campo, entró en el cuarto de su hijo para llamarle a comer. La alegre cordialidad del padre, sus chistes, sus muestras de afecto, no pudieron sacar a D. Luis de la melancolía ni abrirle el apetito. Apenas comió, apenas habló en la mesa.
Así transcurrieron dos semanas, de beneficioso resultado para su bolsillo y de triste incertidumbre para don Juan, quien al cabo determinó escribir a su adorada; de lo que se originó nueva cita con Julia en la Plaza Mayor, y nueva carta, que a la letra decía estas palabras: «Cristeta de mi alma: Ha pasado qué sé yo cuánto tiempo desde que nos vimos; no tengo ya ninguna esperanza y, sin embargo, no me resigno a perderte. ¿Dejarás que me marche de Madrid?
No os guardo rencor le dijo, ni a ese bravo turco tampoco. Sólo tengo un enemigo en el mundo: un auvernés llamado Romagné. Y pronunciaba su nombre con una entonación cómica que hizo gracia a todo el mundo. Creo que aun hoy día la mayor parte de aquellas señoritas dicen: «Mi Romagné, cuando hablan de su aguador.» De esta suerte transcurrieron los tres meses de estío.
Se tendió en la playa, como siempre, colocándose á poca distancia de la hoguera, que empezaba á disminuir sus llamas. Poco á poco se fueron retirando sus acompañantes para dormir detrás de las dunas ó al abrigo de los cañares. Transcurrieron largas horas de silencio. La obscuridad era cortada de tarde en tarde por los rayos de colores que llegaban de las máquinas aéreas.
Le pregunté por señas si salía de paseo, y me contestó que sí: y en efecto, un día aguardé en la calle hasta las cuatro y la vi salir en compañía de una señora, que debía de ser su mamá, y de dos hermanitos. Al fin volvimos á casa en paz. Diez ó doce días se transcurrieron de esta suerte.
Por mucho que le aguijonease el deseo de sus cuatro cuartos, no se atrevía a descolgarse del murallón, temiendo hacer ruido y que le apuntasen con el cañón de aquel arma, cuya ancha boca debía, de seguro, vomitar fuego y muerte.... Así transcurrieron diez segundos de angustia para el angelote. Antes que pudiera entrar a cuentas con el miedo, ocurrió un nuevo incidente.
Debía traerle naranjas y flores, ¡muchas flores! El trastorno mental de su crisis la hacía olvidar la penuria del amante. Maltrana no volvió. Transcurrieron varios días sin que el doctor lo encontrase por la mañana en las cercanías de San Carlos. Esta visita había bastado para darle cierta tranquilidad.
Quizá la desconcertó el que no la reconociesen; volviose otra vez hacia el fuego; transcurrieron algunos momentos en silencio, y continuó: Sospeché que alguno de ustedes debía reconocerme; pero, de todas maneras, no importa; lo que yo iba a decir es que este Juan y al nombrarlo tomó su mano entre las de ella me conocía si ustedes no me conocen, y gastó mucho dinero en mi compañía.
Y de esta suerte transcurrieron más de dos años, perdiendo en aquellos amores necios sus fuerzas físicas e intelectuales; porque había abandonado el estudio, y hasta la pluma ya no le servía más que para trazar algunas insulsas composiciones en honor de su dama.
«Fué aquella dice el poeta, mi entrada en la escuela de la paciencia.» Transcurrieron dos años. El poeta se hallaba en Luchon cuando el bondadoso Claretie le escribió rogándole que fuese á París, sin pérdida de tiempo, para leer su comedia á la compañía.
Palabra del Dia
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