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Actualizado: 12 de julio de 2025


, tengo que terminar aún algunos preparativos y que arreglar algunos negocios. ¿Dónde nos veremos mañana? Á las tres, en casa de la señora de Freneuse. Quiero tratar de verla y cuento con usted para que me reciba. Hasta mañana, pues. El sombrío hotel de la calle de Petits-Champs pareció despertar de su lúgubre silencio cuando el timbre de la puerta resonó, impacientemente movido por Tragomer.

Hace dos horas que me paseo por el presidio, para hacer tiempo, oyendo la charla de un idiota que ha sido notario y de un mentecato que ha sido médico. ¡Pobre amigo! Eso es lo que hubieran hecho de ti diez años de esta infernal existencia. Más vale morir al tratar de ser libre. Mientras hablaba, Tragomer se estaba desnudando.

Entonces se difundió la noticia en los círculos parisienses y la supo Tragomer. El ganadero era demasiado conocido en el mundo que se divierte para que no le hubiera encontrado Marenval. Su modo de conocerse sirvió de texto durante veinticuatro horas á las murmuraciones de la buena sociedad.

Lo que he oído en casa de la señorita de Freneuse no es para desanimarme. La paciencia y el valor de esas dos mujeres, amigo mío, son admirables. ¡Ellas tampoco dudan! ¡Ah! ¡Qué alegría les ha causado mi intervención! Se puede decir que han sido tan cruelmente abandonadas por todo el mundo... Tragomer hizo un ademán de protesta. ¡Oh!

¡Ah! exclamó triunfalmente Maugirón. ¿Lo veis? Tragomer, noble bretón cuya sinceridad está fuera de duda, puesto que no quiere engañarme con mi... amiga que se le ofrece sin ambages, comparte conmigo la opinión que yo he tenido el honor de desarrollar ante esta honrada concurrencia... Habla, Tragomer; debes tener argumentos para estos mogigatos que me chillaban hace un momento y ahora te escuchan con la boca abierta porque tomas esos aires tenebrosos que les hacen esperar revelaciones sensacionales. ¡Anda, amigo mío, rompe los diques de tu elocuencia, convéncelos, aplástalos, á Marenval sobre todo, que ha estado innoble conmigo, interrumpiéndome continuamente, como si estuviese yo elogiando alguna falsificación de su fécula, que es, dicho sea de paso, la más sospechosa porquería que se ha fabricado nunca en los dos hemisferios!

Deseo con toda mi alma que sean calumnias, porque me avergonzaría de haber puesto mi mano en la de usted si hubiese hecho lo que se le atribuye... Pero, ante todo, ¿quiénes son los que declaran contra ? El señor de Tragomer, el señor de Marenval y por fin, el mismo señor de Freneuse... ¡Freneuse! Era de esperar; necesita echar la culpa á alguien... ¡Tragomer y Marenval!

Giraud salió á abrir, sonrió á Marenval y se quedó estupefacto al ver á Tragomer. Su cara volvió á tomar el aspecto taciturno y cuando Marenval le preguntó: ¿Están visibles las señoras? Para el señor, ciertamente, respondió el criado, pero no si el señor de Tragomer... El acento lleno de censuras de aquella frase interrumpida impresionó profundamente á Tragomer.

Día vendrá en que se aclaren muchos puntos y se expliquen muchas actitudes. En este momento no quiere usted que le hable de Tragomer; más adelante, quién sabe si me pedirá que se le traiga. Cuando usted sepa lo que ha hecho y lo que está dispuesto á hacer en su servicio, acaso sea más indulgente. En todo caso, debe usted saber que él es la causa de que esté yo aquí.

Había siempre en el círculo una concurrencia media de cuarenta ó cincuenta personas que iban á comer; muchos militares retirados, solteros que por casualidad no estaban invitados y transeuntes como Tragomer. Disponían de una gran mesa de veinticinco cubiertos y de otras más pequeñas en los rincones y en el salón inmediato.

El vigilante dió un agudo silbido con un pito colgado al uniforme, y los penados, turbados en su sueño, se incorporaron con los ojos asombrados y las caras lívidas. Puede usted embarcar, milord. ¡Adelante! La embarcación hendió con su proa las aguas de la bahía, mientras Tragomer, perdido en sus pensamientos, se dejaba mecer por el movimiento acompasado de los remos al hundirse en el mar.

Palabra del Dia

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