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Actualizado: 12 de julio de 2025
Precisamente es necesario que no lo sepan, interrumpió muy bajo Tragomer. ¿Entonces, han traído ustedes á ese pobre muchacho? Está á bordo de nuestro barco. ¿En el Támesis? Delante de los Docks. Su madre y su hermana van á verle mañana mismo; para ello han llegado ocultamente á Londres, pues su presencia aquí daría mucho que pensar y sólo obrando misteriosamente podemos lograr nuestra empresa.
Al terminar el siglo XIX, cuando nadie cree ya en nada, no puede menos de hacer brillante efecto un justiciero, un enderezador de entuertos. Marenval escuchó el relato de Tragomer con una atención apasionada, palpitando por sus episodios y estremeciéndose por sus peripecias.
Tragomer se volvió y se encontró con Sorege, que sonreía de un modo enigmático. Los cañones estaban á bordo y los hemos dejado. ¿Quién sabe? Las costas de Marruecos no son muy seguras; no hace mucho tiempo los piratas apresaron un barco de comercio. Si hace falta podremos defendernos.
Marenval, un poco asustado, pasó por muchos sentimientos contradictorios durante la exposición de Tragomer. Por el pronto, lo repugnaba la idea de una larga permanencia en un barco. La inconstancia de los vientos y la agitación de las olas le inspiraban un prudente terror.
No, por cierto, señora, respondió Tragomer, que veía contrariado que aquella mujer terminaba las confidencias apenas empezadas. Se trata, sencillamente, de un asunto de herencia. ¿Hereda? exclamó la gruesa rubia con acento de indignación. ¿Va á heredar? No hay como esas muchachuelas para tener una suerte semejante... ¡Oh! Voy á llamar á Campistrón. ¿Permiten ustedes?
Sorege hizo un ademán tan amenazador, que Tragomer se puso delante de Jacobo. Estaban cuatro al rededor de él y toda esperanza de escapar era ilusoria. ¡Miserables! exclamó, abusáis de la fuerza y del número para secuestrarme... ¡Vamos allá! amigo, dijo Marenval; usted se burla.
No somos niños y no debemos decir chiquilladas... Todo eso cae por tierra con una sola palabra, dijo Tragomer. Se ha condenado á Jacobo la Freneuse por haber matado á Lea Peralli, y Lea Peralli vive. ¿Usted la ha visto? preguntó el magistrado con acento burlón. Y la he hablado. ¡Oh¡ ¿Cuándo? Hace tres meses, próximamente. ¿Dónde? En San Francisco. ¿Y ella ha declarado ser Lea Peralli?
No tuve ocasión de tomar la palabra y me alegré, pues hubiera sido penoso para mí acusar á aquel joven y lo hubiera hecho sin indulgencia alguna, pues estaba convencido de su culpa. ¡Ah! dijo Tragomer; usted encontró en la causa la prueba de la culpabilidad de Freneuse... Terminante, amigo mío; menos la confesión del culpable, no era posible tener pruebas más completas.
Sobre una puerta Tragomer leyó: "Administración penitenciaria Despacho del Gobernador Secretaría general;" Entró y un empleado soñoliento levantó la cabeza al oir pasos y dijo con voz agria: ¿Qué desea usted? Hablar con el señor secretario... ¡Otro inglés! murmuró el empleado; y levantándose perezosamente entró en la habitación contigua. Pase usted, dijo reapareciendo un momento después.
Oíd, debíamos marcharnos y dejarle solo. Marenval, ¿por qué nos invitas á comer con personas que tienen conversaciones serias á los postres? preguntó la linda Lucía Pithiviers. Mira, ahí tienes á Tragomer, dijo Lorenza Margillier á Maugirón, que escuchaba impasible todos esos apóstrofes. Ahí tienes un guapo muchacho que no es fastidioso en la mesa. Solamente ha hablado para decir cosas agradables.
Palabra del Dia
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