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Actualizado: 12 de julio de 2025
Es Juana Baud, y como Juana Baud es Jenny Hawkins, no puede haber error. Tragomer no respondió, abstraído en mirar el retrato, que representaba una hermosa joven morena, de alta estatura, admirablemente formada, desnudos los brazos, escotada y sonriendo con expresión soñadora. Ni un rasgo de la mujer del teatro de San Francisco. Había pues, á no dudar, error de persona.
¿Pero qué te importa la tal Juana Baud? dijo en tono do enfado Maugirón. ¡Es inaudito lo simple que estás esta noche! No comprendes, Maugirón, contestó gravemente Tragomer. Algún día te daré explicaciones y te quedarás asombrado. En ese caso, viejo Frecourt, sigue con tu historia, puesto que parece que es palpitante. Y Maugirón se puso á fumar con aire de mal humor.
Muy silencioso está usted y muy triste para ser un hombre á quien se han puesto debajo de la nariz las más hermosas muestras de una bodega sin rival y ante los ojos los más bonitos hombros de París. Tragomer levantó la frente y una sonrisa iluminó su semblante.
Siguiendo las indicaciones de Frecourt, Tragomer y Marenval se bajaron un día, á eso de las cuatro, ante el número 17 de la calle de Lancry. La portera que estaba en su casilla bruñendo un perol, respondió á Marenval en tono malhumorado: La escalera de enfrente. Si es para un ajuste, tercero de la izquierda; si es para una lección, de la derecha.
La naturaleza franca y viva del uno no concordaba bien con el temperamento frío y calculador del otro. Sorege había sido siempre reservado con Tragomer y cuando éste se lo hacía observar á su amigo común, Jacobo respondía: "Déjale. Hay que tomar á Juan como es; no conseguiremos cambiarle. Es un diplomático; jamás dice lo que piensa."
Puedes estar tranquilo, dijo Jacobo sonriendo, ¡La última bala será para mí! Pues bien, ponte esa caja al hombro como la traía Dougall y vámonos. Jacobo se volvió entonces hacia Tragomer y antes de pasar la puerta de aquella miserable prisión donde tanto había sufrido, se arrojó en los brazos de su amigo y dijo: Suceda lo que quiera, gracias, Cristián. Está bien, respondió Tragomer.
En este mismo momento Tragomer adquirió la certidumbre de que Jenny Hawkins no era Juana Baud y de que en esto estaba el nudo de la intriga. Era preciso descubrir debajo de Juana Baud á Lea Peralli. Porque la máscara con que la cubría Sorege era doble á no dudar. El conde había levantado la de Jenny y mostrado á Juana; no había nada más que esperar.
Para que un hombre como yo, al fin de su carrera, acomodado, dichoso, libre, rico, y sin otro cuidado que el de vivir bien, emprenda un asunto como este en que nos hemos comprometido Tragomer y yo, es preciso que esté firmemente seguro del resultado... ¡Sí! Lo lograremos.
Me duele en el alma hablar así, pero me obliga á ello el convencimiento. No creo, no puedo creer en la inocencia de ese desgraciado, á menos de ser un insensato. Es imposible dudar que mató á su querida, la encantadora Lea Peralli. ¿Para robarla? añadió irónicamente Tragomer.
Harvey y Tragomer se aproximaron á miss Maud, y en el momento en que Mac-Kinley empezaba á decir: Fellow citizens of the senate..., el ganadero, señalando á su hija el joven, dijo: Te presento al vizconde de Tragomer, un amigo de tu futuro marido... Miss Harvey, mi hija. La delgada fisonomía de la americana se esclareció con una sonrisa.
Palabra del Dia
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