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Fuera de esto, no se podía menos de hacer justicia á Sorege, y Tragomer no podía negar que el amigo de Jacobo era un hombre perfectamente educado, instruído, elegante y de cara agradable, muy valiente, según había probado en diversas ocasiones, y de excelente consejo cuando se le consultaba un asunto difícil.

La joven se irguió mostrando su alta estatura. Sus labios se estremecieron, pero no pronunciaron ni una palabra. Todo, en su actitud, demostraba un doloroso desdén. Se trata de Cristián Tragomer... Añadió Marenval. Pero se calló, al ver que aquel nombre producía un efecto tan inesperado. Me figuraba que quería usted referirse al señor de Tragomer, dijo fríamente María.

Después de volver del viaje, ¿ha hecho usted alguna tentativa para ver á su antigua prometida ó á su madre? No, dijo sordamente Tragomer; que sería inútil... ¿Y usted, conde, no las ha vuelto á ver? Nunca. Miss Harvey se quedó un instante pensativa.

Tragomer, algo sorprendido por aquel atrevimiento, inclinó un poco la cabeza para disimular su embarazo. Le repugnaba dar á miss Harvey informes falsos y no quería declarar el enfriamiento de sus relaciones con Sorege. Una palabra dicha por ella á su promedito bastaría para ponerle en guardia.

Todas aquellas bonitas caras se aproximaron á los labios glotones de Marenval y se rozaron con su rudo bigote. Se cruzaron unos cuantos apretones de manos y la alegre cuadrilla pasó al salón inmediato para vestirse. Marenval cerró la puerta, y una vez solo con Tragomer, se sentó de nuevo, encendió un cigarro y dijo al joven: Ahora, podemos hablar.

Todo aquel lujo moderno que se revelaba repentinamente al brotar la luz, hacía tan completo contraste con los proyectos que se acababan de exponer en la oscuridad, que los tres hombres se miraron, como si quisieran afirmar su realidad. Pero Tragomer sonreía tranquilo y resuelto y la claridad había devuelto á Marenval todo su valor.

¿Pero hay que estar loco, miss Maud, para agradar á usted? No es justo sermonear á Tragomer por mi causa. ¿Por qué exigirle una sublimidad de que yo no le doy el ejemplo? Esta noche está usted de humor regañón, y en este caso aquí estoy yo para servir de blanco. Pero, por favor, que se salven los transeuntes. Miss Harvey se echó á reir.

No tendría valor, dijo Tragomer, para ver en la abyección un hombre á quien he conocido bello y brillante. ¡Cómo estará después de dos años de vida común con aquellos innobles compañeros! El carácter se rebaja pronto, el cuerpo se gasta y las malas costumbres se apoderan del hombre.

Marenval, en efecto, sería una buena presa; le exigirían un enorme rescate... Pero la idea del viaje ha sido repentina. Me parece que no pensaba usted en eso hace pocos días, cuando hablamos... La verdad es que Marenval me anima, dijo Tragomer con descuido. Por mi gusto hubiera descansado todo el invierno. Diga lo que quiera M. Harvey, la locomoción intensiva durante un año es muy fatigosa.

No es usted justa, mi hermosa prima, porque el primero que ha participado de esa convicción no se llama Marenval, sino Tragomer. María frunció las cejas, hizo un nuevo ademán afectuoso y, sin añadir ni una palabra, volvió á entrar en las habitaciones. Giraud presentó á Marenval su gabán de pieles.