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Actualizado: 12 de junio de 2025
Tragomer, dijo Marenval, ¿quiere usted tener la bondad de explicarme qué significa la conversación que ha tenido usted con esa gorda tan pintada y con su ridículo esposo? Porque, por mi honor, no comprendo ni una palabra. Alégrese usted, Marenval, dijo Cristián; nuestra averiguación ha dado un paso inmenso. Á esta hora tengo la prueba de que Jenny Hawkins no es la mujer que se cree.
Tú me hubieras abrazado; mi presentación á tus indígenas era inevitable; éstos hubieran hablado de nuestro encuentro y Harvey y sus hijos hubieran sabido que yo me iba á picos pardos, lo que, contando con el pudor anglosajón era para mí un serio contratiempo... Preferí, pues, suprimir el abrazo... ¿Me guardas rencor? Tragomer se había repuesto y estaba reflexionando.
Pues bien, dijo Tragomer; si nuestros esfuerzos son vanos, tendremos, al menos, la tranquilidad de haber cumplido con nuestro deber. ¿Verdad, Marenval? Sí, querido amigo. Lo que acabo de oir á Vesín, me decide por completo. Yo estaba un poco dudoso, lo confieso, aun después de las seguridades que usted me había dado.
Tú has reconocido á Lea en Jenny Hawkins; también Tragomer la reconoció; pero yo estuve engañado más tiempo que vosotros y solamente al fin de mi viaje, cuando Tragomer me encontró en San Francisco, logré descubrir la identidad de la cantante. Pero he sido engañado como vosotros...
¿Á tal abandono de ti mismo has llegado? exclamó Tragomer. ¡Qué! el efecto de la miserable condición en que vives hace dos años ha sido tan rápido y tan completo que renuncias á justificarte y á confundir á los culpables? Tú no sabes, Cristián, las torturas mortales que he padecido. ¡Todo me es indiferente ya! ¿Hasta ver á tu madre y á tu hermana?
Ahora le enseñaré á usted el sitio. Es al lado del capellán, en un pabellón que sirve de depósito de cordelería... El olor del cáñamo es sano y está bien allí... Y, después, puede hablar con el capellán... ¡Oh! Ese es su gran recurso y parece que tiene ideas muy extrañas... Un poco chiflado, como usted dice... Ahí tiene usted su chirívitil... Tragomer se detuvo.
Es poco halagüeña, pero debo ser sincero. Puede usted decirlo todo y con entera franqueza, dijo Tragomer. Mi convicción es sólida y no cambiará. Marenval y yo podremos modificar nuestro plan para llegar al fin que nos proponemos, pero nada nos hará desistir. ¡No habría ya descanso para nosotros si abandonásemos á ese desgraciado sabiendo que es inocente.
Marenval se calló y su mirada se dirigió hacia los cuatro cañones cuyas bocas de cobre asomaban por la borda. Tenemos con qué defendernos ¿verdad? ¿Es eso lo que usted pensaba? preguntó Tragomer. Sí, dijo Marenval, Pero entonces nos convertimos en verdaderos filibusteros y la ley no se anda en bromas en esos casos. Hay que tratar de que no haya conflicto... ¿Y si, á pesar de todo, es inevitable?
La explicación de Sorege era ciertamente aceptable y hasta verosímil, pero aquel relato, para un espíritu tan prevenido como el de Cristián, adolecía de exceso de habilidad, estaba demasiado bien compuesto y establecido y revelaba la preocupación de engañar. Tragomer quiso llevar hasta el último extremo á aquel admirable actor y obligarle á mostrar todos tus recursos.
¡Ese pobre Cristián! dijo Cipriano á la señora de Freneuse. Cuando usted sepa lo que ha hecho y lo que está dispuesto á hacer, será usted su abogado cerca de María. Es preciso no desanimar á un hombre tan útil. ¡Diablo! ¿Qué sería de nosotros sin él? Tragomer entró.
Palabra del Dia
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