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Actualizado: 12 de julio de 2025


Por un paseo de árboles cuya vitalidad no honraba á la administración colonial, Tragomer entró en la población precedido por el guía. Como hacía buen tiempo, una espesa capa de polvo cubría el camino, que en la época de las lluvias debía convertirse en un río de cieno. Á uno y otro lado se veían algunas tiendas poseídas por expenados y que ofrecían á la población objetos de utilidad ó de lujo.

En cuanto Harvey encendió un cigarro, se dirigió á Marenval y á Tragomer, que estaban sentados no lejos de Sorege, y les dijo señalando á los cuadros de su amigo: Sam Weller tiene una hermosa galería, pero si ustedes vienen á mi casa del Dakotah, verán que mis cuadros valen tanto como los suyos.

Libre de golpear en la cadena sin hacer daño al preso, Tragomer rompió las dos anillas y se las metió en el bolsillo, mientras Jacobo, echando fuera, el inmundo sayal de tela de sacos, se ponía el traje de marinero.

Mientras hablaba sus ojos permanecían medio cerrados sin que nada pudiese denunciar su pensamiento íntimo; cara de diplomático precavido y astuto, que también podía ser de traidor. Tragomer no se aproximó al grupo y Sorege no hizo ni un movimiento para ir hacia su antiguo amigo. Tragomer cogió de la mesa un periódico ilustrado pero no tuvo tiempo de volver dos páginas.

La operación fué más fácil y más pronta para anilla de la pierna. La cadena cayó al suelo y Jacobo pudo extender sus miembros, libres ya del infamante lazo. Tragomer cogió la cadena y se disponía á ocultarla, pero Jacobo dijo: Arranca esas dos anillas; quiero llevármelas.

Créanme; si han de tener ustedes alguna esperanza, estará en la tramitación legal de una instancia. Escriban una memoria, diríjanla al ministro y unas buenas pesquisas de la policía podrían... Echarlo todo á perder, interrumpió Tragomer. con quién tengo que habérmelas. Es preciso trabajar en la sombra ó fracasaremos... Y queremos lograr nuestro propósito, añadió Marenval.

Acaba usted de infundirme calor, amigo mío! ¡Qué historia! Ha tenido usted un gran acierto en contármela, porque, en efecto, soy el hombre que usted necesita. Conmigo no se juega. Conozco los negocios y los hombres, y también las mujeres... ¡Oh! amigo Tragomer... ¡Cómo ha debido usted quemarse la sangre durante la travesía dando vueltas á toda esta aventura!

María es una muchacha y parece una abuela. ¿Acaso su corazón permanecerá siempre sumido en la tristeza y no se abrirá á más dulces sensibilidades? María se ruborizó y volvió los ojos. Tragomer me ha confiado sus intenciones. cuál fué su proceder, pero también conozco cuánta fué tu severidad.

¡Quisiera creerlo! dijo Sorege con voz sorda. Tiene usted menos sencillez de espírtu ó menos indulgencia que el señor de Tragomer, porque él admite la inocencia de su amigo. El conde inclinó la cabeza con tristeza. Tragomer tiene muchas razones para querer que Jacobo sea inocente; por eso afirma lo que desea... ¿Qué razón es puede tener que usted no tenga?

Se oyeron pasos, la puerta se abrió y el vigilante dijo. Entre usted. Aquí está el extranjero que tiene autorización para verle. Tragomer se volvió. Quería que Jacobo no pudiera reconocerle al entrar. No sabía si el vigilante les dejaría solos y temía que un grito, un ademán, una palabra, redujesen á la nada toda su combinación. El vigilante se acercó á él: Milord, aquí está el personaje.

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