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Actualizado: 3 de junio de 2025
No era el sol el enemigo principal que yo temía en Sevilla, ni el más molesto. Otros había que, aunque más pequeños, me daban mucha y muy cansada guerra. Eran éstos los abanicos. A cualquiera le asombrará que, siendo objetos tan inofensivos y aun útiles para todo el mundo, sólo conmigo fuesen fieros y sañudos contrarios.
Su palabra valía tanto como la de don Antolín. El Vara de plata la temía, inclinándose ante la poderosa protección que todos adivinaban detrás de la pobre mujer. En los tiempos que su padre, abuelo materno de Gabriel, era sacristán de la catedral, ejercía las funciones de monaguillo un chicuelo, sobrino de cierto beneficiado que acabó por costearle la carrera en el Seminario.
Los pechos de estos fueron conocidos Cuando despues se hubieron rebelado En Santa-Fé, en aquel levantamiento, De que yo en su lugar la verdad cuento. De allí de Chalamarca pues envia Despachos el Virrey, como contamos, Al Rio de la Plata, que temía El mal que en esta historia ya apuntamos.
Soldado nací y soldado he de morir. Eso era lo que yo temía, exclamó angustiada la baronesa. ¿Creéis que no he notado vuestro desasosiego de estos últimos tiempos, y la revista que habéis pasado á vuestras armas en compañía de Renato el escudero? ¡Nuestra Señora de Embrún me valga! No os aflijáis. No se trata sólo de inclinación mía, sino de un deber, de un llamamiento á nuestro honor.
Pero la fortuna ordenó las cosas muy al revés de lo que él temía. Sucedió, pues, que otro día, al poner del sol y al salir de una selva, tendió don Quijote la vista por un verde prado, y en lo último dél vio gente, y, llegándose cerca, conoció que eran cazadores de altanería.
Esto de aguantar la mecha, no le sabía a mieles, sin duda, al alicaído corredor; pensaba que si don Bernardino había venido a la Bolsa, era porque ni estaba quebrado, ni temía hacer frente a los díceres malévolos del vulgo, y si esto era así, como parecía, felizmente, no sería él tan simple de no largarle lo que tenía en la punta de la lengua. Y así lo hizo, sin ceremonia.
Estaba jadeante, pálido, desencajados los ojos, tembloroso. Juan le miraba con sumo interés; más que con interés, con cuidado. Temía que Montiño se hubiese vuelto loco. ¿Pero qué os sucede, tío? En primer lugar dijo el cocinero mayor , no me llaméis tío: yo no lo puedo consentir: he obedecido y he callado; pero me falta ya la resistencia á fuerza de desgracias y no me callo ni obedezco más.
Se temía el encuentro de barcos piratas, y los negreros, que eran muchos en aquellas costas, huían de todo buque, temiendo encontrar en cada uno un crucero inglés. Llegábamos a la costa de Angola; allí había agentes de todas las nacionalidades, sobre todo americanos y portugueses. Estos se metían entre los reyezuelos y jefes de tribu y hacían negocio.
Sí, sí, has ido a ver a tus amigos dijo riendo Luisa ; lo sé todo; mamá Lefèvre me lo ha contado todo. ¿Cómo, tú lo sabes?... ¿Y no te impresiona nada?... Me alegro, me alegro; eso prueba tu buen sentido. ¡Y yo que temía verte llorar! ¡Llorar! ¿Y por qué, papá Juan Claudio? ¡Oh! Yo tengo valor; tú no me conoces, por lo visto.
Puede decirse que buscó un refugio en su misma exposición á la vergüenza pública, y que temía el momento en que esa protección le faltara. Embargada por tales ideas, apenas oyó una voz que resonaba detrás de ella y que repitió su nombre varias veces con acento tan vigoroso y solemne, que fué oído por toda la multitud. ¡Óyeme, Ester Prynne! dijo la voz.
Palabra del Dia
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