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Actualizado: 2 de julio de 2025
A la caída de la tarde entraban las barcas de los pescadores, y bajo los tinglados de la playa quedaban colgando de escarpias peces enormes, con la cola arrastrando por el suelo, que sangraban lo mismo que bueyes; rayas y pulpos que despedían como pedazos de tembloroso cristal sus blancas viscosidades. Jaime amaba este puerto tranquilo, de misteriosa soledad, con un respeto religioso.
O como estas: «Señores diputados que dijeron sí...» «Ayer celebró una conferencia», etc. Los dedos de Señana sumaban, y el de Sinforoso Centeno seguía tembloroso y vacilante los renglones, para poder guiar su espíritu por aquel laberinto de letras.
Un criado indiscreto dijo al cabo de algún tiempo á un vecino de Vegalora que aquella noche había visto por la rendija de una puerta á la condesa de rodillas ante miss Florencia. El conde, con el rostro más pálido que nunca, los brazos cruzados y un poco tembloroso, estaba en pie mirándola fijamente. Antes había percibido en el gabinete de sus amos ruido de pasos precipitados, voces y gemidos.
Se tendió en la cama, y el farol quedó inmóvil ante sus ojos. Más allá de su resplandor columbró en la penumbra el rostro de la «viuda», que era el mismo de la difunta, pero no inmóvil y severo, sino maligno, con una risa devoradora. Al fin, el hombre empezó á gritar, tembloroso de miedo: ¡Yo pagaré! ¡Es la falta de los otros!... Pero ¡por Dios, apague el farol; que yo no vea esa luz!
Las estrellas brillaban aún con un fulgor pálido y moribundo, y un silencio sepulcral reinaba en el fondo de todos los abismos. Un lampo de claridad apareció en el oriente como una mota de indecisa blancura; despues se extendió al pié del horizonte en una inmensa cinta luminosa y rosada, y los astros apagaron su tembloroso brillo.
Me acerco a él, lo muevo, lo llamo: «¡Oh, Tché!... ¡Oh, Tché!...» Nada: ¡estaba muerto!... ¡Imagínese usted qué susto! Más de una hora estuve estupefacto y tembloroso ante aquel cadáver; después, de pronto, me acuerdo del faro. No tuve tiempo más que de subir a la farola y encender. La noche estaba ya encima... ¡Qué noche, caballero! El mar y el viento no tenían sus voces naturales.
Sólo un ligero humo quedó flotando en el fondo de sus pupilas, como si fuese el vaho del ardor recién extinguido. ¡Adiós!... Me esperan. Y salió del Acuario seguida de Ferragut, todavía balbuciente y tembloroso. Fueron inútiles las preguntas y ruegos con que la persiguió al atravesar el paseo.
El hotel de los Freneuse aparecía silencioso y desolado, Jacobo no estaba allí ya, el criado se presentaba encorvado, tembloroso y triste, y él volvía á entrar como un extraño en aquella mansión antes abierta y risueña... Haga usted el favor, Giraud, de anunciar á las señoras mi venida; voy á esperar en el saloncillo donde...
La primera, la segunda, la tercera, y todas las polkas que se toquen en el universo, respondió Nieves con el sí tembloroso que salió de sus labios. Después que comprometió la polka, Pablo sintió un gran arrepentimiento: «¡Qué tonto, qué bruto soy! ¿Y si ahora llega Valentina?» Pero no llegó. La orquesta comenzó a preludiar los primeros compases.
No se atrevió, sin embargo, á mirar al recién llegado, al que adivinaba á dos pasos de ella, y dirigió los ojos hacia Sorege al que vió con terror tan alterado y tembloroso como ella.
Palabra del Dia
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