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Actualizado: 8 de noviembre de 2025


Madama Fonteral se echó á temblar, y me miraba como aquel que pide compasion. Vaya usted corriendo! añadió mi mujer con mucha prisa. Inmediatamente que quedamos solos, me preguntó mi compañera: ¿Qué piensas hacer? Pienso ver á los españoles y americanos que aquí conozco, y reunir la suma necesaria para que Luisa vuelva á su país. Estando en Pisa, una lágrima y un perdon lo salvan todo.

A mi amo apadrináronle unos colegiales conocidos de su padre y entró en su general, pero yo, que había de entrar en otro diferente y fui solo, comencé a temblar. Entré en el patio, y no hube metido bien un pie, cuando me encararon y comenzaron a decir: «¡Nuevo!». Yo por disimular di en reír, como que no hacía caso; mas no bastó, porque llegándose a ocho o nueve, comenzaron a reírse.

Entró en su casa con una preocupación que casi le hacía temblar. La dulce Cinta, considerada hasta entonces con la superioridad protectora de los orientales, que no reconocen un alma en la mujer, le inspiraba cierto miedo. ¿Qué diría al verle?... No dijo nada de lo que él temía.

Abajo, entre las enormes pilastras que formaban un bosque de piedra, reinaba la obscuridad, rasgada a trechos por las manchas rojas y vacilantes de las lámparas que ardían en las capillas haciendo temblar las sombras.

En estas y otras pláticas les tomó la noche en mitad del camino, sin tener ni descubrir donde aquella noche se recogiesen; y lo que no había de bueno en ello era que perecían de hambre; que, con la falta de las alforjas, les faltó toda la despensa y matalotaje. Y, para acabar de confirmar esta desgracia, les sucedió una aventura que, sin artificio alguno, verdaderamente lo parecía. Y fue que la noche cerró con alguna escuridad; pero, con todo esto, caminaban, creyendo Sancho que, pues aquel camino era real, a una o dos leguas, de buena razón, hallaría en él alguna venta. Yendo, pues, desta manera, la noche escura, el escudero hambriento y el amo con gana de comer, vieron que por el mesmo camino que iban venían hacia ellos gran multitud de lumbres, que no parecían sino estrellas que se movían. Pasmóse Sancho en viéndolas, y don Quijote no las tuvo todas consigo; tiró el uno del cabestro a su asno, y el otro de las riendas a su rocino, y estuvieron quedos, mirando atentamente lo que podía ser aquello, y vieron que las lumbres se iban acercando a ellos, y mientras más se llegaban, mayores parecían; a cuya vista Sancho comenzó a temblar como un azogado, y los cabellos de la cabeza se le erizaron a don Quijote; el cual, animándose un poco, dijo:

El mozo tragó la saliva con alguna dificultad, y balbució unas, entrecortadas frases de consuelo; estaba emocionado y torpe. Le miró el enfermo con cariño, y tomándole las manos cordialmente, le dijo: Vamos, hay que ser hombres de veras; yo he andado, hijo mío, temerosos caminos sin temblar, y es preciso que no me acobarde en el anhelo de este último que voy a emprender.

A ver quién es más valiente dijo acariciando el arma; por te prometo que no he de temblar; pero no vayas a echar el tiro por la culata: recto al corazón y me lo partes, para no sufrir más... Suspiró, guardó otra vez la alhajita y abandonó el tronco, internándose en el sauzal.

La abuela volvió a tomar aspecto de triunfo. Pero no soy de opinión de que se violenten las vocaciones... A mi vez cobré valor. Deje usted a Magdalena estudiar su cuestión de las solteronas, puesto que eso le interesa. Acaso nos descubrirá cosas asombrosas añadió con una risa sonora que hizo temblar los cristales del despacho.

Una ráfaga de aire frío hizo temblar a la Regenta y arremolinó hojas secas a la entrada del cenador. El Magistral se puso en pie, como si le hubieran pinchado, y dijo con voz de susto: ¡Caramba! debe de ser muy tarde. Nos hemos entretenido aquí charlando... charlando...

Una sensación de frío que lo hace temblar de la cabeza a los pies lo despierta de su ensimismamiento. Maquinalmente se desliza a través del patio, iluminado por la luz de la luna; acaricia a los perros que, con ladridos alegres, lo saludan; echa una mirada estúpida a la rueda inmóvil, sobre la cual se desliza el agua sin ruido, como una brillante serpiente.

Palabra del Dia

vengado

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