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Actualizado: 8 de julio de 2025
Además, la duda le hizo temblar interiormente. ¿Sabría valerse de esta arma primitiva?... Recordaba las risas de Flor de Río Negro comentando su torpeza; pero al evocar igualmente los alegres paseos con ella y verla ahora en tan angustioso peligro, sintió renacer su dura voluntad.
Hablaba con tal seguridad e indiferencia no exenta de desdén, que su hija tenía que optar entre dar rienda suelta a la lengua, romper con su padre de un modo violento, o marcharse. Decidióse, después de un instante de vacilación, por esto. Giró sobre los talones, y sin una palabra de adiós salió de la estancia y se metió en el coche, en un estado de excitación que hacía temblar todo su cuerpo.
Pero él sabía que, al hablarla, le iba a temblar mucho la voz, y se quedó callado y contemplativo, rimando, en una mirada codiciosa y compasiva, todo el poema desesperanzado de sus amores. Ella, por quebrar aquel silencio triste entre los dos, le dijo: ¿Se muere Julio? Respondió él únicamente: Sí.... ¿Y de qué se muere?
Su aparición en aquel traje solemne hizo temblar a Marta en los primeros momentos, pero luego, dominada por la necesidad, se puso de pie sonriendo y respondió al saludo de Mathys con suave amabilidad. Esta acogida amistosa alentó al intendente, que se aproximó triunfante, y le dijo con expresión ligera: Mi querida Marta, estáis sin duda sorprendida de verme en este traje, ¿verdad?
El trigo, los sacos repletos que Batiste y su hijo subían al granero y al caer de sus espaldas hacían temblar el piso, conmoviendo toda la barraca, era lo que interesaba á la familia. Comenzaba para todos ellos la buena época. Tan extremada como había sido hasta poco antes la desgracia, era ahora la fortuna.
Muchas veces, cuando reinaba aquel silencio de biblioteca, en que parecía oírse el ruido de la elaboración cerebral de los sesudos lectores, de repente un estrépito de terremoto hacía temblar el piso y los cristales. Los socios antiguos no hacían caso, ni levantaban los ojos; los nuevos, espantados, miraban al techo y a las paredes esperando ver desmoronarse el edificio.... No era eso.
Y recordando que aquella señal era la convenida entre él y Piorette para anunciar un ataque, comenzó a temblar de pies a cabeza, su rostro cubriose de sudor y, marchando en la obscuridad a tientas, como un ciego, con los brazos extendidos, balbuceó: ¡Catalina!... ¡Luisa!... ¡Jerónimo!
Eran adornos de teatro, ridículamente fastuosos, de metal dorado, con piedras de diversos colores, cuya grandeza hacía temblar de emoción a la pobre Mariposa. Esas joyas de reina dijo eran de aquella buena señora que me quería tanto: de la cómica que murió.
«Tengo que ser galante con ella... cariñoso... las conveniencias lo exigen...» me decía, dirigiendo una mirada a Yolanda, colocada a mi derecha. Su codo me rozaba ligeramente el brazo, y la sentía temblar. «Es de hambre»; pensé. Yo también; no había comido nada todavía.
Dí á la gente, que no hay otro modo de venir al cielo, sino manifestando sinceramente las culpas en la confesión, como os lo dicen los Padres; las cuales palabras pronunció con tanta fuerza y eficacia, que como un gran trueno le hicieron temblar todo.
Palabra del Dia
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