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Actualizado: 8 de junio de 2025
Una tarde de color de plomo, más triste por ser de primavera y parecer de invierno, la Regenta, incorporada en el lecho, entre murallas de almohadas, sola, obscuro ya el fondo de la alcoba, donde tomaban posturas trágicas abrigos de ella y unos pantalones que don Víctor dejara allí; sin fe en el médico creyendo en no sabía qué mal incurable que no comprendían los doctores de Vetusta, tuvo de repente, como un amargor del cerebro, esta idea: «Estoy sola en el mundo». Y el mundo era plomizo, amarillento o negro según las horas, según los días; el mundo era un rumor triste, lejano, apagado, donde había canciones de niñas, monótonas, sin sentido; estrépito de ruedas que hacen temblar los cristales, rechinar las piedras y que se pierde a lo lejos como el gruñir de las olas rencorosas; el mundo era una contradanza del sol dando vueltas muy rápidas alrededor de la tierra, y esto eran los días; nada.
La humanidad debe temblar por su porvenir si otra vez resuenan bajo esta bóveda las botas germánicas siguiendo una marcha de Wágner ó de cualquier Kapellmaister de regimiento. Se alejaron del Arco, siguiendo la avenida Víctor Hugo. Tchernoff marchaba silencioso, como si le hubiese entristecido la imagen de este desfile hipotético.
Temblaba además el mísero, y de una manera tal, que se comprendía harto claro que no era el frío lo que le hacía temblar. ¿Para qué me querrá este hombre y en este estado? dijo para sí el padre Aliaga al ver á Montiño.
Me contempló con fijeza, se sonrió, y me dijo: ¡Tú también! Y luego se volvió a su rincón, y entonó su eterna melodía. Y entonces, cerca de mí, a mis espaldas, me estremeció una voz de mujer. Aquella voz había pronunciado, conmovida y trémula, una palabra de conmiseración para la pobre loca. Aquella voz me hizo temblar; me volví y vi delante de mí una mujer, un viejo y un niño.
Lo que no fuese temblar, colocar señales en los balcones, esconder a su amante y estar siempre a dos dedos de ser descubierta, lo hallaba monótono y fastidioso. ¡Cuántas veces, estando en el lecho a las altas horas de la noche, se estremecía al escuchar el rumor de un carruaje!
La cárcel pública es para ellos un bulto más en la población pero los rebenques y los chicotes de á bordo, ¡ira de Dios!, cosas son que les hacen temblar y no de frío.
Anduvieron largo trecho silenciosos: al pasar sobre el puente de hierro, mirando por bajo la pavorosa negrura del abismo, se les ocurrió a los dos una idea espantosa. ¿Fue natural romanticismo de sus almas, o resultado de la exaltación de sus espíritus? ¡Quién sabe! Lo cierto es que ambos temblaron, y al temblar se pegaron uno a otro.
Sólo mirando el plano hay para echarse a temblar por aquellos parajes: la isla de la Desolación, el puerto del Hambre, la bahía de la Desesperación.... Acercándose a tierra, no se veían mas que rocas peladas y bancos de hielo. Hacía un frío terrible, y no se encontraba un rincón donde guarecerse.
10 Abrieron contra mí su boca; hirieron mis mejillas con afrenta; contra mí se juntaron todos. 11 Me ha entregado Dios al mentiroso, y en las manos de los impíos me hizo temblar. 12 Próspero estaba, y me desmenuzó; y me arrebató por la cerviz, y me despedazó, y me puso por blanco suyo. 13 Me cercaron sus flecheros, partió mis riñones, y no perdonó; mi hiel derramó por tierra.
Pero esos repentinos apagamientos que no parecían más que las declaraciones de una belleza demasiado grande y casi fuera de lo humano, le habían hecho temblar de miedo a él, pues le revelaban la amenaza que pendía sobre la vida de su amada.
Palabra del Dia
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