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Por otra parte, las pasiones que subleva entre sus enemigos, son demasiado rencorosas aún para que pudieran ellos mismos poner fe en su imparcialidad o en su justicia. Es de otro personaje de quien debo ocuparme. Facundo Quiroga es el caudillo cuyos hechos quiero consignar en el papel.

Una tarde de color de plomo, más triste por ser de primavera y parecer de invierno, la Regenta, incorporada en el lecho, entre murallas de almohadas, sola, obscuro ya el fondo de la alcoba, donde tomaban posturas trágicas abrigos de ella y unos pantalones que don Víctor dejara allí; sin fe en el médico creyendo en no sabía qué mal incurable que no comprendían los doctores de Vetusta, tuvo de repente, como un amargor del cerebro, esta idea: «Estoy sola en el mundo». Y el mundo era plomizo, amarillento o negro según las horas, según los días; el mundo era un rumor triste, lejano, apagado, donde había canciones de niñas, monótonas, sin sentido; estrépito de ruedas que hacen temblar los cristales, rechinar las piedras y que se pierde a lo lejos como el gruñir de las olas rencorosas; el mundo era una contradanza del sol dando vueltas muy rápidas alrededor de la tierra, y esto eran los días; nada.

Y el pirata, echando espumarajos por la boca, había arrojado contra el suelo una brújula. Parece que los santos que Kernok implorara tan brutalmente, quisieron portarse como corresponde a gente canonizada. Los hombres hubieran castigado al temerario; los semidioses acudieron en su auxilio, demostrando así que su creencia etérea era superior a nuestras inteligencias estrechas y rencorosas.