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Actualizado: 23 de julio de 2025


Vamos, amigo Rocchio, no sea usted malo, que no es tan fiero como quiere hacerse; no es la primera vez que usted me concede plazos, y más largos todavía. Será en junio... ¡piense cómo está el mercado! ¡hasta Schlingen! Rocchio, siempre encrespado, refunfuñaba: Y su alhajita de primo, el joven Vargas, también me dará la castaña... No dijo Jacintito, no le he visto. Con que quedamos que en junio.

Fortunata aseguraba que aquella costumbre suya no tenía mérito porque el trabajo le gustaba. «Eres una alhajita le decía su amante con orgullo . En cuanto a las peinadoras, todas son unas grandes alcahuetas, y en la casa donde entran no puede haber paz». Más adelante tomarían alguna criada, porque no convenía tampoco que ella se matase a trabajar.

Corrió las cortinas de la ventana, a causa del sol indiscreto que a ella se asomaba, y después de escuchar un momento, si se sentían pasos en el patio o en la escalerilla, retiró cuidadosamente del bolsillo de su gabán claro un objeto y lo colocó sobre la mesa: ahí estaba el pequeño revólver, como un juguete de brillante acero: Quilito, inclinado, lo miraba, con esa fijeza con que los condenados a muerte miran el instrumento de su suplicio. ¡Ah, si la pobre tía supiera! sus veinte nacionales habían servido para comprar la terrible alhajita... ¿No estaba empeñada generosamente en salvarle? ¿qué mejor medio de salvación que aquel, tan fácil y expeditivo?

A ver quién es más valiente dijo acariciando el arma; por te prometo que no he de temblar; pero no vayas a echar el tiro por la culata: recto al corazón y me lo partes, para no sufrir más... Suspiró, guardó otra vez la alhajita y abandonó el tronco, internándose en el sauzal.

Palabra del Dia

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