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Actualizado: 29 de julio de 2025


Encontróle más allá de su dormitorio, en un pasadizo, rebujado en el capotillo, temblando de miedo y de frío, y murmurando entre dientes palabras ininteligibles. ¡Oh! ¡oh! ¿quién es? dijo retirándose de una manera nerviosa al ver á doña Ana. Nada temáis, señor Montiño dijo doña Ana ; soy yo, que de orden del duque de Lerma, voy á echaros fuera para que os vayáis á descansar.

Además, así no se podía conocer su verdadero carácter. Aquella sumisión absoluta podía ser efecto de la enfermedad. Don Robustiano dijo que eso era. Una tarde, tal vez creyendo que dormía la sobrinilla o sin recordar que estaba cerca, en el gabinete contiguo a su alcoba hablaron las dos hermanas de un asunto muy importante. Estoy temblando, ¿a qué no sabes por qué? decía doña Anuncia.

Allí, replegada en un rincón, medio desnuda, temblando de frío, había una mujer. Una joven con los cabellos canos... Una ruina como yo... Sin embargo, mis ojos vieron su hermosura... aquella mujer debió tener los cabellos negros y brillantes, y los ojos negros y llenos del fuego del amor. La miré, me miró, se arrancó de su rincón, y se vino a asir los hierros de su jaula.

Los encapuchados, con sus cirios crepitantes, escoltaban a la Virgen, temblando el reflejo de sus luces en este manto regio que poblaba el ambiente de vivos fulgores. Al compás del redoble de los tamboree, marchaba luego un rebaño de hembras, el cuerpo en la sombra y la cara enrojecida por la llama de las velas que llevaban en las manos.

Pues llega la comida y los cautivos, Y salen al encuentro luego todos: Estaban ya diez menos de los vivos, Y aquestos de dos mil suertes y modos. Los padres con los hijos son esquivos, Los unos y los otros como lodos Los rostros; manos, pies, todos temblando, Los ojos hácia el cielo levantando.

El hombre montó en cólera, y mirando con furor á la huérfana, que estaba temblando, gritó: ¿Qué flores son estas? ¿Quién te ha mandado comprar estas flores? Clara, ¿qué devaneos son estos? ¡Coqueta! No hay ya remedio. Te has echado á perder. ¿También quieres llenarme de flores la casa? Clara quiso contestarle; pero aunque hizo todo lo posible, no le contestó nada.

¿Y qué es lo que han dicho de vos? ¿Os despiden o podéis quedaros? Me echan balbuceó Marta temblando de emoción y sin entender casi lo que la cocinera le preguntaba. Despedida y sin remedio, ¿no queda ninguna esperanza? Es una desgracia, Marta, y os compadezco sinceramente. La señorita me contó cómo pasaron las cosas. Vos no tenéis la culpa. ¿La señorita? preguntó Marta . ¿Cómo se siente?

Agachados, corriendo por cerca de la borda, nos fuimos acercando hasta saltar a la toldilla de popa, que cogía casi toda la mitad del barco. Estuvimos allí esperando hasta ver si éramos descubiertos. Yo estaba temblando de frío. Tome usted; frótese usted me dijo, en voz baja, Allen dándome un trozo de sebo. Comencé a frotarme con aquello, y él me embadurnó la espalda.

Me parecía que doña Salomé estaba revoloteando encima de mi, mostrándome sus ojos rencorosos y sus uñas terribles; me parecía que doña Paz estaba detrás de la cama, y que de tiempo en tiempo sacaba el brazo para abofetearme. Estuve temblando y envuelta en mis sábanas para no verlas; pero siempre las veía. ¡Qué feas son!

Aquello no había sido mas que una crisis propia de su estado: tal vez habría cogido frío. Había que cuidarse, que el tiempo era muy perro. Al quedar solos los jóvenes, Isidro habló a la enferma del miedo que había sentido. Creía que ibas a morir, que te perdía en un instante. Y añadía con sencillez, temblando aún su voz con el recuerdo de la pasada emoción: ¡Ay, Feli! ¡No mueras, mi alma!

Palabra del Dia

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