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El aldeano bajó la cabeza, volvió á cambiar de postura, y sin cesar de mirar al sombrero, continuó, al cabo de un rato y tartamudeando: Yo, señor, pa decirlo de una vez ... porque ello es justo, ¡canario!, justo como la ley de Dios, vengo á que usté me pague, ó á que nombre por su cuenta el tasador. El forastero dió un salto en la silla.

Un tal Gabriel Cornejo dijo Montiño dominado por doña Clara. ¿Y quién es ese hombre? dijo doña Clara poseída de un terror instintivo. Montiño se arrepintió de haber pronunciado aquel nombre, y no se atrevió á contestar. ¿Quién es ese hombre? repitió con energía doña Clara. Es... un pobre diablo... un prendero del Rastro... contestó tartamudeando Montiño.

Marcelo Valdés, el mejor estudiante de la clase, el preferido de monsieur Jaccotot, se puso de pie y dijo, tartamudeando: Yo he sido, monsieur Jaccotot... No creía hacer nada malo... Le pido que me disculpe...

Miraba de frente al joven con sus grandes ojos verdes, luminosos y burlones, con tal franqueza, que Rafael inclinó la frente tartamudeando. No se casaría usted, y haría muy bien. ¡Como que resultaría una solemne barbaridad! Yo no soy de las mujeres que sirven para eso. Muchos me lo han propuesto en mi vida, acreditándose con ello de imbéciles.

El viejo no hizo caso: siguió afanoso en su tarea. Gazpacho, no dijo otro . Mejor será que nos convides a un billete de cien pesetas. A ti no te convido. A Anselmo, dijo el duque tartamudeando mucho y mirándole airado. ¡Toma! ya por qué convidas a Anselmo; porque te anda con el bulto. Descuida, que si es por eso ya me convidarás. Los otros soltaron la carcajada.

Al herir a la víctima y retirar después el arma de la herida, quedaba en su seno una parte de la materia grasa envenenada, la cual producía un resultado fatal. Pero usted, ciertamente, no anticipa que estoy envenenado exclamé tartamudeando. Está envenenado, no hay duda.

Para obviar ambos defectos, el actor necesita tener presente que la perfección suma de su arte es «la naturalidad». El actor que, sabiendo de memoria su papel, lo diga, no como quien «repite», sino como quien «improvisa», esto es, hablando desenfadadamente unas veces, tartamudeando otras, según acontece en la vida, habrá conseguido darnos la sensación de la realidad.

El empleado se retira con toda cachaza, y va a ocupar su asiento; la señora sale de la oficina con una rapidez de huracán, gesticulando y tartamudeando improperios contra el gobierno y los empleados, y, todavía, al toparse conmigo, me da un encontrón, y como un relámpago alcanza al cabo Pérez que, siguiendo sus paseos coquetos e inofensivos, ignora lo sucedido y le azota con esta frase, cuyo final va a perderse allá en los vericuetos del zaguán que da salida a la escalera, frente al despacho presidencial: ¡Ladrones!... ¡Permita Dios que venga el cólera y acabe con todos! ¡Fariseos!... ¡Asesinos!

Durante un momento vaciló, porque mis palabras, al parecer, le habían producido la más profunda impresión. Muy bien dijo tartamudeando, y me miró a la cara un segundo. Es un convenio, si así lo quiere usted. Deseo, Mabel, cumplir la promesa que le hice a su padre.

Porque contestó al fin lentamente, en una voz trémula y tan baja, que apenas pude oír las fatales palabras que pronunció ¡porque ya estoy casada! ¡Casada! exclamé tartamudeando y quedándome rígido. ¡Y su esposo! ¿Cómo se llama? ¿No adivina usted? me preguntó. ¿No lo sospecha? El hombre que ya ha tenido oportunidad de conocer: Herberto Hales.