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Actualizado: 17 de mayo de 2025
La pobrecita de mi madre no se ha metido en nada. Si hay en lo que ha pasado alguna culpa, toda es mía; no se la eches á nadie. ¡Está bien! exclamó el joven con sonrisa triste. ¡Ni siquiera me quieres dejar esa ilusión! La tabernera iba á contestar, movió los labios para hacerlo, pero se contuvo; hizo un gesto de indiferencia y guardó silencio. Manolo volvió á su actitud sombría.
La prima Pepa, pequeña y fea con un costurón en el cuello; pero eso y mucho más sufriría el avaro de Frasquito con tal de atrapar el gato de su padre, que lo tenía gordo y lucido al decir de la gente. Hablaban en voz alta, pero nada de lo que decían llegaba distintamente á los oídos de la celosa tabernera.
Todos los esfuerzos de la primera, todas sus meditaciones, todos sus desvelos y todas sus consultas al espejo antes de darse a luz en los sitios más públicos de la villa, hecha un brazo de mar y cargada de relumbrones, no lograron colocarla en jerarquía más alta que la correspondiente al nombre de la tabernera, con el cual se la designó desde el primer día en que se hizo notar por sus humos estrafalarios.
Al cabo de un rato profirió secamente: Dame un medio. La tabernera dejó la media sobre el mostrador, se levantó en silencio y después de sacar un vaso y fregarlo reposadamente en la pileta, lo llenó de manzanilla. Manolo lo apuró casi de un tope. Soledad le clavó los ojos con curiosidad un instante y volvió á sentarse. Aumentaba el bullicio en los cuartos.
Emprendió la marcha la arrogante tabernera, y Manolo le dió escolta á respetable distancia hasta la citada esquina. Allí se detuvo. Soledad, sin volverse, levantó el brazo é hizo un gracioso saludo de despedida. Uceda permaneció inmóvil hasta que la perdió de vista. Después, lentamente, sofocado por mil pensamientos melancólicos, hizo rumbo hacia la Cervecería inglesa. Disputa.
Era un mozo corpulento, de fisonomía dulce y simpática, sobre cuyo labio superior apenas se distinguía leve bozo rubio. ¡Soleá! exclamó al entrar, con visible y placentera emoción extendiendo sus manos á la tabernera.
Para tenerla contenta apelaba al recurso de los regalitos; apenas se pasaba un día que no viniese de la calle con alguno: un alfiler imperdible, una peineta, un frasco de perfume. Lo que más papel representaba eran las yemas de San Leandro, aquellas famosas yemas que tanto agradaban á la tabernera y con las cuales antes no cesaba de burlarla.
Como había ya alguna gente dentro del lagar, Andrés preguntó a la tabernera si les podían servir la comida en la pomarada. Respondió que sí, y acto continuo se colaron de rondón en ella. Mientras la recorrían de un cabo a otro para hacer tiempo, Celesto, llamando aparte a Andrés, quiso sonsacarle y enterarse del motivo de estar allí Rosa.
A todo esto, doña Juana y su hija Julieta, luciendo cada día un traje nuevo en paseos y espectáculos, no pasaban de ser, en espectáculos y paseos, dos señoras más, muy bien vestidas, lo cual halagaba poco la vanidad de la ex tabernera, que aspiraba a mayores triunfos.
Hemos estao de groma hasta la una de la mañana yo y los muchachos del barrio. ¡La gran tajá! Antes de pedir algo a la tabernera, que reía sólo con verle, quiso conocer lo que Maltrana había bebido, e hizo un gesto de repugnancia al oír que era una copa de aguardiente de limón. ¡Aguardiente!... Eso pa los borrachos. Vino: morapio del puro, que alarga la vida; y cuanti más, mejor.
Palabra del Dia
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