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Para tenerla contenta apelaba al recurso de los regalitos; apenas se pasaba un día que no viniese de la calle con alguno: un alfiler imperdible, una peineta, un frasco de perfume. Lo que más papel representaba eran las yemas de San Leandro, aquellas famosas yemas que tanto agradaban á la tabernera y con las cuales antes no cesaba de burlarla.

Vínosela otra vez a las mientes a la bella viuda, que aquel en quien había creído ver a la dichosa persona que la enamoraba, no había sido un hombre, sino un duende, que había tomado aquella apariencia para burlarla y atormentarla, y que, a causa de llevar ella la milagrosa medalla del Santo Oficio, el duende había huido; pero oyó a punto uno como resuello recio de persona que duerme, que allá de lo hondo del oscuro cuarto salía, cosa que doña Guiomar sintió más que si en efecto su enamorado se hubiese tornado en humo y desaparecido; porque quien de tal y tan sosegada y profunda manera se había dormido, cuando ella le había dicho que la esperase, no debía ser muy extremado en amar; que ella sabía muy bien, y a causa de él mismo, que el amor desvela, y tanto más cuanto se está más cerca del objeto amado, y en términos de duda y esperanza.

Gregoria, no me tientes la paciencia... ¿Quién es? Di, vamos a ver. Gregoria, no me tires de la lengua. Y lo creo que tiraría de ella y se la arrancaría con mucho gusto; ¡qué hombres estos! tienen una mujer buena, que les quiere, que les mima, que les cuida cuando están enfermos, y el pago que la dan es engañarla, traicionarla, burlarla, con esas mujeres de la calle, que así son ellas.

En el primer caso, Clementina triunfaba y continuaba siendo omnipotente; en el segundo, se vengaba terriblemente de los que hablan intentado burlarla, y esto era también una victoria. En sus nuevas posiciones se creía muy fuerte; casi invencible. Por de pronto, su Rouxmesnil le parecía inexpugnable.