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Actualizado: 25 de junio de 2025
Carece de serenidad, de calma y de paciencia, y en la destrucción de sus obras de arte y en el suicidio con que termina, hay tal frenesí de vanidad lastimada que, si bien no nos quita la conmiseración por el héroe, rebaja mucho el aprecio y la simpatía que al principio logró inspirarnos. La sátira ingerida o combinada con la novela tiene además una grave contra.
Los que creían en el suicidio se apoyaban precisamente en esta incertidumbre. ¿Cómo acordar crédito a una acusación que no podía precisarse? Sostener que los dos juntos habían muerto a la Condesa no parecía posible y sólo algunos acusadores encarnizados en su odio a los revolucionarios, decían que los dos habían podido ponerse de acuerdo en el proyecto homicida.
Ni padre, ni madre, ni parientes, ni amigos: hasta el sol le faltaba, el amigo de todos los seres creados. Pasó dos días metido en su cuarto, recorriéndolo de una esquina a otra como un lobo enjaulado, sin probar alimento. La criada, ayudada por una vecina compasiva, consiguió al cabo impedir aquel suicidio: volvió a comer y pasó la vida desde entonces rezando y tocando el piano.
No obstante todos sus razonamientos contrarios, debía ver que el suicidio es un mal, y que la ley moral ordena soportar pacientemente la vida hasta el último día; pero este mandamiento podía valer para quien había obedecido a todos los otros; ella, que había infringido ya uno mucho más grave, debía sentirse desligada de esta obligación, y además, cuando pensaba en matarse, quería imponerse un castigo.
Luego contó, una tras otra, largas historias de las cuales ella o sus amigas habían sido las heroínas; y también tragedias ocultas, como el suicidio de una sobrina de Juan Manuel de Rozas, muchacha suave y sentimental, que no pudo sobrevivir a un desengaño de amor.
Los que culpaban, ya al Príncipe, ya a la nihilista, sostenían la inverosimilitud del suicidio, y para afirmar la existencia de éste, los otros aducían la inverosimilitud y la imposibilidad del delito. El juez Ferpierre estaba atento a todas estas voces para tratar de orientarse hacia el descubrimiento de la verdad.
Además, como se preparaba para larga peregrinación, aunque sin saber adonde, y como a pesar de que pensaba a menudo en el suicidio no pensó en que fuese por hambre, ya que en medio de sus mayores pesares y quebrantos nunca había perdido el apetito, tomó sus alforjas, colocó en ellas alguna ropa blanca y los víveres que pudo hallar, se las echó al hombro y se puso en camino, a paso redoblado, casi corriendo, como si enemigos invisibles le persiguieran.
«Si no me das un abrazo me meto en la jaula del león... Quiero que me almuerce. O tu amor o el suicidio. Si pareces un loco. El suicidio es la plena posesión de sí mismo, porque al echarse el hombre en los amorosos brazos de la nada... Pero vamos a ver a esos señores mamíferos. ¿Qué son mamíferos? preguntó Isidora, firme en su propósito de instruirse. Mamíferos son coles.
Migajas estuvo á punto de caer al suelo; pensó en el suicidio; invocó á Dios y al diablo.... ¡La han vendido! murmuró sordamente. Y se arrancó los cabellos, y se arañó el rostro; y en las pataletas de su desesperación, se le cayeron al suelo los fósforos, los periódicos y los billetes de Lotería. ¡Intereses del mundo, no valéis lo que un suspiro!
No hay duda de que es cierto, hijo mío. Ten resignación y no nos des un disgusto. Cuidado con el suicidio. ¿Yo? dije afectando indiferencia. Toma, toma aire, que te incendias por todos lados me dijo agitando delante de mí su abanico . Don Rodrigo en la horca no tiene más orgullo que este general en agraz. Cuando esto decía, sentí la voz de doña Flora y los pasos de un hombre.
Palabra del Dia
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