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Actualizado: 25 de mayo de 2025


Merchán, ó aparenta ser, contrario á la anexión de Cuba á los Estados Unidos. No puede, por consiguiente, alegar, en contra de lo que él llama profecías siniestras, el florecimiento y prosperidad de Cuba si llega á ser un Estado más de la Unión. El Sr. Merchán no aspira al suicidio colectivo como raza.

Unas pretenden que ha sido robada... otra me aseguraba con la mayor tranquilidad que ella le había manifestado intención de suicidarse. ¡No sería extraño! Desde la revolución de julio, el suicidio se ha puesto de moda. ¡No hable usted así... perdería la razón! He corrido a su casa de la calle de Provenza; pero se marchó de allí sin decir a dónde iba.

Le hizo mamá comprender que era una locura, un pecado... Pero después... después... cuando supo el suicidio de tu papá, ella murió a los pocos meses... ¡Pobrecita mamá! ¡Pobrecita mamá! Por favor, Carmen, no les digas que te he preguntado. ¡Cómo te imaginas! Y nunca más hablaron de ello. Aquella noche, antes de acostarse, Adriana apagó la luz en su habitación y se dirigió a la sala.

Todas las razones incurables aducidas por él contra la hipótesis del suicidio estaban grabadas en su mente. ¿Era creíble que la Condesa se hubiera matado sin dejarle su último adiós? Dada su fe en Dios, ¿podía matarse?

El ayuda de cámara, con una confianza extemporánea y molesta para él, murmuró: Esperan á la señora marquesa... Les he dicho que el señor había salido. No añadió más el criado; pero la expresión maliciosa de sus pupilas le hizo adivinar que los que esperaban eran acreedores. El suicidio del banquero había dado fin al escaso crédito que aún gozaban los Torrebianca.

Todos los diarios del mundo hablaban del drama de Ouchy y decían que solamente la última carta de la Condesa d'Arda podía aclararlo, confundiendo a los acusados si no anunciaba el inminente suicidio, o salvando a dos inocentes si contenía la confesión de este propósito extremo.

Al instante se abría el muro más próximo, vomitando una camilla y dos bomberos, que hacían desaparecer el cuerpo importuno como por encantamiento. Los de la partida inmediata no llegaban á enterarse. En otras ocasiones era un suicidio. Lubimoff conocía una mesa llamada «del suicida», á causa de un inglés que había querido morir teatralmente, disparándose un pistoletazo al perder la última moneda.

Ya en vida, su actitud altiva, sombría y taciturna, había sido un enigma para aquellos buenos burgueses, y su muerte se les presentaba como un enigma aún más difícil. Era imperdonable. Entretanto, descubrieron que el doctor había sido el primero en recibir la noticia del suicidio, y el único a quien ella hubiera confiado su proyecto.

Pero contra este acomodamiento estaban todos sus escrúpulos, y la hipótesis del suicidio parecía bien natural si la desdichada había ignorado que la compasión del Príncipe era falsa. Al creerla sincera, ignorando que el Príncipe tenía un nuevo amor, debía haber visto crecer la dificultad de corresponder a las esperanzas de Vérod. Pero ¿ignoraba en realidad el nuevo amor del Príncipe?

Casi nada: la vida de las numerosas clases descontentas no ofrece gran aliciente para que se la prefiera á una muerte gloriosa. Bien se puede tentar un suicidio; pero ¿y después? ¿No quedaría un arroyo de sangre entre vencedores y vencidos, y no podrían éstos con el tiempo y con la experiencia igualar en fuerzas, ya que son superiores en número, á sus dominadores? ¿Quién dice que no?

Palabra del Dia

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