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Actualizado: 25 de octubre de 2025
La observacion era justa; por allí no había escapatoria. Yo no soy el gobierno y no puedo responder de sus actos. ¿Qué quieren los estudiantes que hagamos por ellos dentro de los límites en que estamos encerrados? No oponerse á la emancipacion de la enseñanza, sino favorecerla. El dominico sacudió la cabeza. Sin decir mi propia opinion, eso es pedirnos el suicidio, dijo.
Estando en la terraza de un café compró un diario, y antes de abrirlo presintió que este papel recién impreso guardaba algo que podía sorprenderle. Tuvo el obscuro aviso de que iba á conocer cosas hasta entonces envueltas en el misterio... Y en el mismo instante sus ojos tropezaron con un título de la primera página: «Suicidio de un banquero.»
Y con su entusiasmo de poeta, pensaba en los jóvenes de aquellas islas que podían cubrirse de gloria á los ojos de sus mujeres, y como enamorado en desesperacion les envidiaba porque podían hallar un brillante suicidio.
Todos aquellos que al igual que yo salen de la nada para llegar a ser algo, vienen a donde yo estoy, a la ciudad de los libros, en un rincón desierto, consagrado por cuatro o cinco siglos de heroísmos, de trabajos, de penurias, de sacrificios, de esperanzas abortadas, de suicidio y de gloria. Es una residencia muy triste, pero muy bella.
Era absurdo esperar que se arreglasen favorablemente los asuntos embrollados por el suicidio de Fontenoy, y resultaba peligroso seguir viviendo en París. Te advierto que adivino lo que piensas hacer mañana ó tal vez esta misma noche, si consideras tu situación sin remedio.
¿No podía ser que, sin que usted lo supiera, la joven le amara y eso haya hecho que esté secretamente celosa de la Condesa? El interrogado tardó un instante en contestar. No dijo por último. ¿Dónde estaba usted cuando oyó el disparo? En mi cuarto. ¿En su cuarto de dormir? En el escritorio. ¿A qué hora precisa ocurrió el suicidio? A las once y tres cuartos. ¿Qué hizo usted al oír el tiro? Acudí.
¿Suicidio? Por ahí... Se ríe... Y que no diga que lo hace por no tener qué comer. Yo... aún puedo trabajar». Isidora, sin desplegar los labios, clavaba sus ojos en las ascuas de carbón sobre que se calentaban las planchas. Parecía que de aquel rescoldo ardiente y melancólico tomaba sus ideas.
¿Y aquella desgraciada abandonada, sola al lado de la cuna de su hijo y que había debido pasar por mil torturas antes de trazar aquel testamento de odio? Aquella sufría hasta la desesperación, hasta la locura, hasta el suicidio acaso, como mujer y como madre. ¡Dios mío! El que causaba tales dolores, tales faltas, tales crímenes, ¿no era más indigno de perdón que el peor criminal?
Es un verdadero suicidio físico y moral; pero un auvernés más o menos poco importa a la sociedad. ¡Pero se trata de un hombre de mundo, de un rico, de tu bienhechor, de mi cliente! Tú lo has comprometido, desfigurado, asesinado con tu mala conducta. ¡Mira bien en qué estado lamentable has puesto al señor el rostro!
Los unitarios más eminentes, como los americanos, como Rosas y sus satélites, estaban demasiado preocupados de esa idea de la nacionalidad, que es patrimonio del hombre desde la tribu salvaje y que le hace mirar con horror al extranjero. En los pueblos castellanos este sentimiento ha ido hasta convertirse en una pasión brutal capaz de los mayores y más culpables excesos, capaz del suicidio.
Palabra del Dia
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