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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Yo soy responsable... ¡Importa muchísimo, por el contrario, y creo que no necesito explicarle a usted la diferencia!... ¿Usted confiesa haberla empujado al suicidio, no haberla muerto materialmente? ¿Cómo, por qué la empujó usted al suicidio? Porque yo era indigno de ella. Porque la ofendí. ¿No la amaba usted ya? No la amaba. ¿Y sin embargo la llora usted? Efectivamente, en su voz había lágrimas.
¿Porque quería a otro y no podía ser suya? No sé. Tal vez. El suicidio, aunque parezca largamente meditado, se realiza siempre por un impulso momentáneo o imprevisto. Basta con un motivo de dolor. Ella tenía muchos. ¡Razona usted muy bien!... ¿Sabía el Príncipe que la Condesa amaba a otro? No lo creo. ¿Nunca habló con usted de eso? Nunca. Ahora vamos a interrogar al Príncipe.
El almirante Montt acaudilló las tropas del partido parlamentario. Después de haber costado por lo menos diez mil vidas, terminó la guerra con la derrota de las fuerzas del presidente y el suicidio de Balmaceda en septiembre de 1891.
Pero los motivos que pueden haberla impulsado al suicidio, no sólo no faltan, sino que abundan. Usted tiene, no obstante, un argumento de su parte, uno solo... Ferpierre se detuvo un momento para respirar. Roberto Vérod permanecía en la misma actitud en que desde el principio lo había escuchado: la cabeza baja, las manos estrechamente apretadas, como quien espera un golpe mortal.
Todo un invierno llamó la atención en París; los periódicos hablaban de la hermosa española; sus triunfos en las playas de moda eran ruidosos, se buscaba como un honor arruinarse por ella, y varios duelos y ciertos rumores de suicidio formaban en torno de su nombre un ambiente de leyenda.
¡Eso es el suicidio! dijo a su amiga con sorda voz. ¿Y la de irse si está decidido a darse la muerte? objetó la de Aymaret. ¿Quién sabe?... Por evitar tan tremendo espectáculo a su hija... Tal vez por evitármelo a mí misma... Quiere ser generoso y magnánimo hasta el fin...
Aquí todos viven, siempre que sepan ser discretos y no tengan mala cabeza...» Y discretos lo son todos. Además, se vigilan entre ellos y tienen miedo á que los denuncie su mejor amigo si hablan del escándalo último ó de un suicidio de jugador. Para el extranjero, ninguno de ellos sabe nada. ¿Y cuando alguien habla? preguntó Novoa . ¿Y si alguna es de mala cabeza? Lo destierran.
¡Salve usted á Ra-Ra! volvió á repetir Popito, considerando, sin duda, demasiado largas las reflexiones del gigante. Este grito le hizo pensar de nuevo en el pigmeo revolucionario que era él mismo. ¿Podía dejarlo abandonado á la venganza de las mujeres?... ¿No equivalía esto á un suicidio?...
La muerte de su padre permanecía envuelta para Adriana en una penumbra de lejano misterio. Había llegado a la sospecha, luego a la certidumbre, de un suicidio. El episodio se remontaba a los primeros años de su infancia.
Ese trabajo exterminador, ese suicidio de fecundidad, si nos place aceptarlo en interés del género humano, en conciencia no podemos querer perder por causa suya nuestros hijos y enterrarlos con nosotros. Y, sin embargo, es lo que sucede. Nacen dispuestos para el caso, pues tienen inoculadas nuestras artes en la sangre, y también nuestro cansancio.
Palabra del Dia
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