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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Sonrió a su imagen con una amargura que le pareció diabólica... tuvo miedo de sí misma... se refugió en la alcoba, y sobre la piel de tigre dejó caer toda la ropa de que se despojaba para dormir.
Vendrán por usted. Mandaré un criado. ¿Tiene usted costumbre de montar a caballo? No, señor, debo hacerlo como un colegial.... Sonrió el hacendado, y me dijo: Amiguito: ¡ya veremos!... Cabalgando se aprende.... Después se habló de mi familia, de mis tías, de la enfermedad de mi madrina, de mi abuelo, a quien había tratado en no sé qué parte, y luego, en dos palabras me despidió.
Doña Paula sonrió, sin que su hijo lo notase. «Así te quiero» pensó, y siguió diciendo: Pero el único flaco que podemos presentarles es este, Fermo; bien lo sabes; acuérdate de la otra vez. Aquella era una... mujer perdida. Pero te engañó ¿verdad? No, madre; no me engañó; ¿qué sabe usted? Los ojos de doña Paula eran un par de inquisidores. Aquello de la Brigadiera nunca había podido aclararlo.
Aquella infracción de la aritmética parecíale una cosa muy grave. «Ponlo, hombre, ¿qué más te da? Que estén todos contentos...». Don Baldomero II se sonrió con aquella bondad patriarcal tan suya, y sacando otra vez lista y lápiz, dijo en alta voz: «Rossini, diez reales: le tocan mil doscientos cincuenta».
Se encogió de hombros, sonrió con malicia, y al cabo dijo: ...¡Un señor! ¡Un bendito señor, como dice la tía Tula! ¿Cómo se llama? Don Oscar. Nombre romántico. Pues ¿sabe usted? él no tiene nada de romántico ni de poético repuso, cambiando una mirada y una sonrisa significativas con su padre.
Nadie más que él sonrió: los demás, incluso Valle, que era ya un personaje político, aceptaban aquella severa etiqueta, persuadidos de que practicándola, se alejaban del vulgo y ganaban en prestigio y respetabilidad. Casi siempre coincidían todos en el modo de ver las cosas; cuando así no era, se mostraban tal deferencia los unos a los otros para contradecirse, que concluían por estar conformes.
Petra, mientras hablaron el Magistral y Ana, se había separado discretamente dos pasos. Al ver al Provisor escapar y embozarse con tanto garbo, pensó la criada: «Están de monos» y sonrió. La Regenta tomó el camino de la Plaza Nueva.
Luego sonrió levemente, moviendo los hombros lo mismo que si hubiese escuchado algo absurdo... ¿Acaso los alemanes tenían submarinos en el Mediterráneo? ¿Podía una de estas máquinas navegantes, pequeñas y frágiles, hacer la larga travesía desde el mar del Norte al estrecho de Gibraltar?
Nunca había tenido tan presentes los días en que Maldonado visitaba la casa. Castro acogió esta prueba de interés con indiferencia. Pensé que no hacía tantos días.... ¡Cómo se pasa el tiempo! añadió profundamente. ¡Claro! A usted se le pasa volando, lejos de nosotros. El joven sonrió bondadosamente y pidió permiso para encender un cigarro.
Nos vio, y una palidez mortal invadió su rostro, mientras que Carlos y yo nos sonrojamos al darnos cuenta de su presencia. »Teobaldo se repuso, y nos sonrió con la tristeza que acostumbraba. »Amigos míos nos dijo, sentándose cerca de nosotros. Se acordarán ustedes de la sorpresa que me causó, hace algunos meses, el sueño que Carlos nos contó había tenido.
Palabra del Dia
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