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Actualizado: 24 de junio de 2025


Todos los Valcárcel de la provincia, hasta los del más lejano rincón de la montaña, supieron que por prescripción facultativa Emma había cambiado de vida; se había resuelto, venciendo su gran repugnancia, a salir mucho, frecuentar los paseos, las romerías y hasta las funciones solemnes de iglesia, y podía ser que el teatro. D. Juan Nepomuceno dejaba hacer, dejaba pasar.

Los bailes, los convites y hasta los gustos líricos ó dramáticos buscan recuerdos europeos, y para oir el característico cutang-cutang indio hay que dejar el pueblo. De citar es, sin embargo, los convites chínicos de Daraga en sus días solemnes, por figurar en las mesas de sus festines platos tan originales como los de orejas de ratón, nidos de golondrina, aletas de tiburón y cabezas de culebra.

En las tabernas de Cebre, el día de la feria, se oía hablar de libertad de cultos, de derechos individuales, de abolición de quintas, de federación, de plebiscito-pronunciación no garantizada, por supuesto . Los curas, al terminar las funciones, entierros y misas solemnes, se demoraban en el atrio, discutiendo con calor algunos síntomas recientes y elocuentísimos, la primer salida de aquellos famosos cuatro sacristanes, y otras menudencias.

Los solemnes ojos del enfermo miraron los de la mujer con una expresión verdaderamente desusada. La vida y la inteligencia parecían luchar para volver a aquella tosca y arrugada cara. Magdalena volvió otra vez sobre nosotros sus negros ojos y sus blancos dientes sonriéndose con una elocuencia singular. ¿Este pobre impedido es?... preguntó el juez con indecisión. Juan dijo Magdalena.

Salió de la vida ayudado por todos los últimos sacramentos; no quedó clérigo en la ciudad que no empujase en alma camino del cielo, con nubes de incensario en los solemnes funerales, y aunque los pillos, los rebeldes a la influencia del hijo recordaban aquellos días de mercado en los cuales el rebaño de los huertos venía a dejarse esquilar en su despacho de rábula, toda la gente sensata que tenía que perder, lloró la muerte del hombre digno y laborioso que, salido de la nada, había sabido crearse una fortuna con su trabajo.

En cuanto á lo de digna me explicaron que en juntas solemnes como aquella, el capitán siempre que tiene que nombrar á su mujer lo hace anteponiendo un adjetivo más ó menos respetuoso. Una vez que aquella alta Cámara aprobó, como si dijéramos, la orden del día anterior, que eran los 700 machacantes, se entró de lleno en la del día que era la Comediajan.

Nerviosa, vehemente, dotada de impetuosidades sobrehumanas, poseedora de una voz capaz de repetir todos los alaridos dantescos de la tragedia, con ella resucitaron las heroínas sangrantes y solemnes de Corneille y de Racine: Cinna, Safonisbe, Andrómaca, Ifigenia... Pero siempre, á despecho de tantos triunfos, persistía en ella el recuerdo romántico de La vandeana, su primer drama, con el que salió de la obscuridad y que, según la frase feliz de Julio Janin, fué para Raquel «La Marsellesa de sus días de hambre...»

Aún se oía a lo lejos, allá por la cuesta abajo, el estridente sonido de su cometa, que resonaba entre aquellas altas montañas de una manera extraña, profana, como pudiera resonar una risotada en un templo, una chanza en una oración, el himno de una bacante entre las solemnes y pausadas notas de un canto gregoriano.

Bonis sintió que el rostro de los más indiferentes, hasta el de los pilluelos que esperaban la calderilla, tomaba expresión de interés, de cierto enternecimiento. Las luces parecían cantar también al oscilar con ritmo; brillaban más rojas; los dorados del cura y del baptisterio se hicieron más intensos, más señoriles; los monaguillos, tiesos, solemnes, daban indudable respetabilidad al acto.

Doña Flora, siéntele usted la mano, dirija su corazón por el camino de los sentimientos circunspectos y solemnes, e infúndale el respeto que todo caballero debe tener a los venerandos monumentos de la antigüedad.

Palabra del Dia

rigoleto

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