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Actualizado: 24 de junio de 2025
Mudo por el espanto y por las solemnes palabras que acababa de oír, me abracé al anciano, que continuó de este modo: «Pues digo que siempre he sido cristiano católico, postólico, romano, y que siempre he sido y soy devoto de la Virgen del Carmen, a quien llamo en mi ayuda en este momento; y digo también que, si hace veinte años que no he confesado ni comulgado, no fue por mí, sino por mor del maldito servicio, y porque siempre lo va uno dejando para el domingo que viene.
Se llegaba a olvidar del chiquillo que tenía entre las sábanas, y no quería enseñarlo a nadie, ni a su padre, por no revolverse ella y coger frío. Bonis no podía ver a su hijo sino en las ocasiones solemnes de mudarlo doña Celestina. De hora en hora lo cambiaba.
Serafina, inglesa, hablaba italiano en los momentos solemnes, cuando quería dar expresión de seriedad a sus palabras; ordinariamente chapurraba español con disparates deliciosos. En inglés no hablaba más que con Mochi. Señorita... eso... no vale nada.... Entre amigos.... Ha estado usted sublime... como siempre.... Es usted un ángel, Serafina.
El cual era en extremo pesado, y tenía un mirar tan parecido á la estupefacción inalterable de las estatuas, que al verle y oirle venían á la memoría los solemnes discursos de las esfinges ó los augurios de cualquier oráculo ó pitonisa.
El Canónigo dio un paso hacia adelante con la diestra en alto y pronta a asestar el bofetón; pero el terrible ceño de Ramiro le contuvo. Balbuceando, entonces, palabras entrecortadas, llevose ambas manos al rostro. Aquellos instantes fueron solemnes. El insulto flotaba irreparable, y parecía hacerse oír, otra y otra vez, en el silencio.
Sólo el sacristanejo empezó a jurar por vida de las vísperas solemnes, introibo y Chiries, que era sátira contra él, por lo que decía de los ciegos, y que él sabía mejor lo que había de hacer que nadie. Y últimamente dijo: -Hombre soy yo que he estado en un aposento con Liñán, y he comido más de dos veces con Espinel.
Subió casi a tientas por ella. Cuando ya estaba a la mitad llegaron a sus oídos los acordes solemnes, penetrantes, de la novena sinfonía. Se agarró con ambas manos a la barandilla para no caer. Al fin hizo un esfuerzo supremo y subió los últimos peldaños. Entró en una salita modestísimamente amueblada. El piano sonaba más allá en un gabinete cuya puerta estaba entreabierta.
El nuevo gabinete, pasados algunos días, juzgó que Juan era un organista peligroso para el orden público, y que desde lo alto del coro, en las vísperas y misas solemnes, roncando y zumbando con todos los registros del órgano, le estaba haciendo una oposición verdaderamente escandalosa.
Dobla y dobla lentamente negra campana de hierro que invita con són doliente al entierro. ¡Qué solemnes pensamientos despiertan esos acentos!
En esta casa, que debe mucha protección a los señores de Santa Cruz, pusieron al Señor de Manifiesto, y cuando estuvo fuera de peligro, Jacinta costeó unas funciones solemnes. Como que vino el obispo auxiliar a decirnos la misa...». ¿De veras?... tie gracia. Como usted lo oye. ¡Lo que usted se perdió! Jacinta es una de las señoras que más han ayudado a sostener esta casa.
Palabra del Dia
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