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Opiniones y censuras como las que acabamos de exponer no eran nuevas en España: ya en el siglo XVI López Pinciano, y en el XVII Suárez de Figueroa y Cascales, se habían explicado, aunque con mucho más ingenio, en el sentido indicado, si bien sus opiniones no fueron atendidas por nadie; y si Luzán y Blas Nasarre resucitaron esas ideas antiguas, y abrieron el camino á la imitación francesa, encontrando un mercado mejor dispuesto para la venta de sus artículos, ha de atribuirse sólo al cambio sufrido por una gran parte de la nación, y á la circunstancia de haber desaparecido de ella el sentimiento vivo y general de toda belleza poética.

Las manos se dejaron tocar á través de los guantes con una pasividad resignada, pero de pronto resucitaron, desprendiéndose violentamente de las de Miguel, como si acabasen de recibir un profundo choque. «¡No! ¡no!» Y el príncipe tuvo la convicción de que entre los dos existía una especie de flúido repelente, algo que no había conocido hasta entonces: el miedo á su persona.

Nerviosa, vehemente, dotada de impetuosidades sobrehumanas, poseedora de una voz capaz de repetir todos los alaridos dantescos de la tragedia, con ella resucitaron las heroínas sangrantes y solemnes de Corneille y de Racine: Cinna, Safonisbe, Andrómaca, Ifigenia... Pero siempre, á despecho de tantos triunfos, persistía en ella el recuerdo romántico de La vandeana, su primer drama, con el que salió de la obscuridad y que, según la frase feliz de Julio Janin, fué para Raquel «La Marsellesa de sus días de hambre...»