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Actualizado: 17 de junio de 2025


Por más que D. Francisco protestase del gusto que tenía en ver su casa llena de serafines, alguna vez le molestaban. Cuando se les ocurría admirar la obra peluda y se enracimaban en torno a la mesa, el gran artista, sin poder respirar dentro de aquella corona de preciosas cabezas, les decía riendo: «Niñas, por amor de Dios, echaos un poco atrás.

Como los serafines, señó dijo el primo queriendo aprovechar el parentesco para introducirse en la fiesta. Las muchachas, repentinamente ariscas, como si les amagase algún peligro, se hacían atrás, negándose a aceptar el convite. Ya habían cenado, ¡muchas gracias!

Yo era un niño y ella era una niña en ese reino más allá de la mar; pero Annabel Lee y yo nos amábamos con un amor que era más que el amor; un amor tan poderoso que los serafines del cielo nos envidiaban, a ella y a .

Anda, rica, cañamón de los ángeles; tráeme lo que te pido, así Dios te la vida celestial que te tienes ganada, y tres más, y así te coronen los serafines cuando entres en el Cielo con tu patita coja...». La monja pasaba... trun, trun... hiriendo los guijarros con aquel pie duro que debía ser como la pata de una silla; y no concedía a la prisionera ni respuesta ni mirada.

El gasto de la fiesta era grande, porque D. Acisclo costeaba toda la cera que llevaban ardiendo los que con sendas velas seguían su insignia, y en la noche del Jueves Santo, terminada ya la procesión, daba de cenar a todos los cofrades, que eran muchos, agasajándolos y hartándolos con potaje de habas, cornetillas picantes, cazón en ajo de pollo, bacalao con tomates o en albóndigas, a veces hasta serafines fritos, pues, aunque parezca extraño, serafines se llaman en aquel país los boquerones, y de postres deliciosos pestiños y vino añejo.

Hácia la parte de la sala de los mármoles, en la techumbre se habia hecho una invencion de grande espectáculo á manera de cielo estrellado, que tenia diversas gradas, y en ellas habia diversos bultos de Santos con palmas en las manos, y en lo alto estaba pintado Dios Padre en medio de gran muchedumbre de serafines, y oíanse voces muy buenas, que con diversos instrumentos de música, entonaban muchos villancicos y canciones en honra y alabanza de aquella fiesta.

La Virgen estaba ya de nuevo ocupando su camarín en el altar mayor, cuyo retablo, todo de madera tallada y dorada, subía hasta la cumbre del ábside, y era caprichoso y atrevido desate del estilo churrigueresco: complicado laberinto de retorcidos tallos, colosal hojarasca, frutas, armas, monstruos simbólicos y rosetones, por los cuales asomaban sus infantiles y aladas cabezas los ángeles y los serafines.

El portal.... ¡Qué portal! ¡Una maravilla! Fué obra de tía Carmen: era un portal lindísimo, de cristal, con estrellas, soles y cometas, y ángeles, y serafines, y arcángeles que tenían en las manos bandas de seda con letreros dorados que decían: «Gloria in excelsis Deo». Mi tía Carmen le hizo con prismas y candeleros de cristal, y fué el encanto de cuantos le vieron.

El Padre García se lo había dicho muchas veces: ¡Ay, hija mía, amases a Dios la mitad siquiera que a los hombres, no estarías ya en la tierra, sino en el cielo, en el ardiente coro de los más enamorados serafines que coronan cual nimbo luminoso el trono del Altísimo!

Rezábase entonces por cuanto es posible rezar en este mundo y en el otro, por las ánimas del purgatorio, por el Santo Ángel de la Guarda, por el santo de su nombre, por los caminantes y navegantes para que Dios los conduzca á puerto de salvación, á San Roque bendito, abogado de la peste, por la paz y concordia entre los príncipes cristianos, etc., etc., terminando siempre con un Padre-nuestro á todos los santos y santas, ángeles, serafines, tronos y dominaciones de la corte celestial, para que nos ayuden en la hora de la muerte.

Palabra del Dia

rigoleto

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