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Actualizado: 16 de junio de 2025
Lo mejor del cuadro era mi habitación, amplia, sin llegar a lo enorme, como su colindante y la cocina, blanca y bien provista de muebles; pero ¡qué frío se sentía en ella! ¡Y aún no había empezado el mes de noviembre!
Tenéis un amigo muy regocijado dijo Dorotea... ¡Oh! ¡sí! contestó el joven, que aunque no era novicio, sentía remordimientos por aquella especie de infidelidad que hacía á su dama, y estaba contrariado. Si no fuese por su lengua... añadió Dorotea. ¡Oh! ¡sí! respondió Montiño. ¿Pero no coméis? dijo la joven, que empezaba á sentirse preocupada. Perdonad, señora, pero... ¿Pero qué?...
Qué júbilos de alegría sentía en el corazón y qué lágrimas de consuelo le corrían de los ojos al P. Caballero, confiesa él mismo que no lo podía explicar, acordándose que aquellos mismos que ahora con tanta veneración adoraban la cruz, y en ella á Jesucristo, eran los que poco antes adoraban á los demonios feos y abominables.
El P. Enrique se sentía atraído por doña Luz con mayor fuerza que por todas las demás personas que en el lugar conocía, o que antes, fuera del lugar, había conocido; pero esto se explicaba de la manera más razonable y sin malicia.
Pero ¡ay! de repente me sentía yo acometido de profunda tristeza, de mortal melancolía, de aquella melancolía mortal, mi dulce compañera en las tardes de otoño, cuando sentado en la florida vertiente del Escobillar me abismaba en la contemplación del hermoso valle nativo iluminado por los últimos fuegos del crepúsculo.
Nunca pudo cumplir con este precepto del reglamento interior de la casa. Almorzaba a la una, a las dos y algunas veces hasta las tres de la tarde. El sueño le embargaba por la mañana, el letargo más bien, porque era un verdadero letargo el que sentía, un cansancio incomprensible que le privaba de todas las fuerzas.
Todos ellos, musculosos y bien plantados, con ojos azules y bigotes rubios, llevaban medallas ocultas. Uno le había regalado la suya, comprada en una peregrinación á Santa Ana de Auray. Caragòl la mostró sobre su pecho velludo. Sentía una fe reciente en los prodigios de esta imagen «extranjera». Van á miles los peregrinos á su santuario, capitán.
La escena de la despedida los había enternecido y animado; la oscuridad de las calles, alumbradas con aceite, les daba un incentivo en su misterio, y en el cuchicheo de su diálogo se sentía el soplo de la pasión... de la pasión carnal de Nepo y de la pasión de... marido de Marta.
Había gritado como un loco; se inclinaba fuera de la cama con marcada intención de caer al suelo; hablaba de una rueda y una calavera. ¿Qué era aquello, don Jaime?... El enfermo sentía el roce amoroso de unas manos dulces que arreglaban las ropas desordenadas, subían el embozo y lo apretaban en torno de sus hombros maternalmente, con el mismo cuidado acariciador que si fuese un niño.
Lárgate a tu cocina, y déjanos en paz. Papitos se fue refunfuñando. ¿Qué traes por aquí? le preguntó Fortunata, que desde que la vio entrar, sentía palpitaciones muy fuertes. Pues nada... Estoy otra vez corriendo prendas, y aquí traigo unos mantones para que los vea esa tía pastelera... ¡Qué manera de hablar!
Palabra del Dia
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