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Eran verdaderamente grandes, como hemos visto, los trabajos y fatigas de los Padres en domesticar este inculto campo de la gentilidad; pero no obstante eso, les parecía nada, aunque hubieran sido sin comparación mucho mayores, viendo cuán bien prendía y se lograba la semilla de la predicación evangélica, y cuán presto se sazonaba en frutos dignos del Paraíso; mas en esto no quiero yo poner nada de mío, sino sólo hacer hablar á los mismos sembradores de esta semilla, que se maravillan de ello y se dan el parabién con júbilos de incomparable consolación.

Tuvo también anuncios de que el cielo había ya oído sus súplicas, y determinado dar cumplimiento á sus deseos de sacrificar la vida por las glorias de su Criador; y de cuáles fuesen los júbilos de su corazón y cuáles las alegrías, más fácil es pensarlo que decirlo.

A otro día, al rayar el alba, vinieron todas las mujeres con niños en los brazos para que los bautizase; y habiendo sabido que habían venido allí los indios Curucarecás para ajustar paces con los Manacicas, los hizo llamar, y congregados al pie de la cruz extinguió todo el odio de ambas naciones con una fervorosísima plática y les hizo efectuar con juramento mutua paz y amistad; y para colmo de sus júbilos concurrieron allí también al mismo tiempo los Zoucas, Sosiacas, Iritucas y Zaacas, que la misma noche antecedente tuvieron aviso de su venida; y si se hubiese detenido aquí dos días más hubiera visto gente de otras muchas Rancherías, porque en aquel contorno, por la parte que tira al gran río Marañón, están las tierras muy pobladas; pero sus compañeros, recelando que las lluvias no cerrasen los caminos, quisieron volverse luego, con que se vió precisado el Santo Padre á retirar la mano de aquella mies que ya estaba sazonada para la siega; y despedido de aquel pueblo, que sintió mucho su partida tan imprevista, se previno para dar la vuelta, y queriendo montar á caballo le cerraron en rueda todos los Manacicas para servirle y le quisieron acompañar por largo trecho del camino, con no poca admiración del P. Lucas, que jamás había visto tal cortesía en las otras bárbaras naciones con quienes había tratado.

Así, ¡qué júbilos íntimos, qué francas y abiertas alegrías, cuando, al fin, al último golpe de cincel, la estatua aparecía pura, tal como la soñó el maestro! Si hay un arte en el que la espontaneidad, la facilidad de la forma importa un gravo peligro, es la poesía. Hay oídos musicales de nacimiento, como hay retinas que ven más hondo que el ojo humano común.

Qué júbilos de alegría sentía en el corazón y qué lágrimas de consuelo le corrían de los ojos al P. Caballero, confiesa él mismo que no lo podía explicar, acordándose que aquellos mismos que ahora con tanta veneración adoraban la cruz, y en ella á Jesucristo, eran los que poco antes adoraban á los demonios feos y abominables.

Su vida la hubiese dado sin vacilar a cambio de que retrocedieran los acontecimientos y a ocultas del sombrío presente le fuera concedida una hora del hechizo muerto: ¡una hora revivir con Adriana la tranquilidad de las conversaciones que traían, a lo íntimo de sus almas, los júbilos alados! Tuvo la sensación indecible de que en aquella tarde habían pasado años y años.