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Actualizado: 10 de junio de 2025


D. Emilio Cotarelo es un erudito de notable ingenio y de muy buen gusto, a quien debemos estar agradecidos y dar grandes alabanzas los aficionados a la amena literatura y a todas las artes de la palabra. Sus libros nos maravillan por la diligencia y el tino con que el autor ha sabido recoger noticias. Sus libros enseñan mucho y deleitan más. Natural es que sean leídos, comprados y celebrados.

La constante contemplacion de los nevados, los abismos, las cascadas, los torrentes, los bosques solitarios y salvajes, los ganados de cria, los cuadrúpedos y pájaros silvestres, los sublimes ó risueños paisajes que rodean los chalets, y todas las obras de esa incomparable y fecundísima artista que llamanos Naturaleza; esa contemplacion, digo, y el espectáculo del cielo, y las armonías de mil rumores preñados de misterio y poesía, no pueden ménos que inspirar al pastor de los Alpes, del Jura y otras montañas, ese genio artístico que le permite fabricar objetos cuya gracia y finura maravillan al viajero.

Todo es peregrino y raro, y lleno de accidentes que maravillan y suspenden a quien los oye; y es de tal manera el gusto que hemos recebido en escuchalle, que, aunque nos hallara el día de mañana entretenidos en el mesmo cuento, holgáramos que de nuevo se comenzara.

Hacia la segunda quincena de julio, un hombre y una mujer, ambos jóvenes, seguían lentamente el muelle de Saint-Helier donde se agolpaba ya la multitud de las primeras hornadas de viajeros, gentlemen apopléticos, secas ladies y rubias misses montadas al aire, «smala» de viajeros que están dando la vuelta al mundo con gravedad sacerdotal y que contrasta por su tiesura y su flema británica con la exuberancia y la «furia francesa» de nuestros compatriotas que han huido momentáneamente del mostrador o de la oficina y se maravillan cándidamente de verse tan lejos de la calle Saint-Denis... o del ministerio.

Eran verdaderamente grandes, como hemos visto, los trabajos y fatigas de los Padres en domesticar este inculto campo de la gentilidad; pero no obstante eso, les parecía nada, aunque hubieran sido sin comparación mucho mayores, viendo cuán bien prendía y se lograba la semilla de la predicación evangélica, y cuán presto se sazonaba en frutos dignos del Paraíso; mas en esto no quiero yo poner nada de mío, sino sólo hacer hablar á los mismos sembradores de esta semilla, que se maravillan de ello y se dan el parabién con júbilos de incomparable consolación.

Palabra del Dia

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