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Actualizado: 8 de septiembre de 2025


La primera noche dominaron al fin, tras largo debate, las ideas afirmativas. «¡Casarme yo, y casarme con un hombre de bien, con una persona decente...!». Era lo más que podía desear... ¡Tener un nombre, no tratar más con gentuza, sino con caballeros y señoras! Maximiliano era un bienaventurado, y seguramente la haría feliz.

Como toda la prudencia y la reflexión que podía esperarse de aquellos dos rudos montañeses había que buscarla en Chisco, yo no apartaba mis ojos de él, y no podía menos de admirarme al observar que ni en aquel trance de prueba se alteraba la perfecta regularidad de su continente: su mirada era firme, serena y fría, como de ordinario; su color el mismo de siempre, y no había un músculo ni una señal en todo su cuerpo que delatara en su corazón un latido más de los normales; al revés de Pito Salces, que no cabía en su ropa, no por miedo seguramente, sino por el deleite brutal que para él tenían aquellos lances.

Esta mujer, que ha servido muchos años en el castillo, sabe todas las historias referentes a él; es muy agradable saber quiénes han vivido y ocupado nuestra casa antes que nosotros. Algún día, seguramente se hablará de como hoy se habla de otros. ¡Acaso este día no está lejano!

Los transeúntes que la rozaban con el codo al correr para dar o recibir los aguinaldos, la encontrarían seguramente parecida a una de esas irlandesas desesperadas que patinan sobre el afirmado de las calles de Londres en persecución del penique.

Quedó Jaime inmóvil, sintiendo en la espalda y en el pecho los trapos amontonados por las dos mujeres en su horror a la sangre. El optimismo que le había animado al doblarse sus piernas y caer junto a la torre volvió a reaparecer. Seguramente, aquello no era nada: una herida insignificante; sentíase mejor.

Sus ojos recobraron la acostumbrada dureza; sus facciones parecieron más secas, pálidas y angulosas. ¿Qué deseas? dijo con rudeza . ¡Porque seguramente no vienes por el placer de verme!...

El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex-patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso , seguramente. De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería? Y la respiración también...

¡Qué contratiempo! mi hermana está indispuesta, un poco de jaqueca, no es nada; mañana estará bien; pero hoy no me atrevo a salir sola con vos. Allá, en América, me animaría; pero aquí no, ¿no es verdad? Seguramente respondió Juan. Me veo obligada a despediros, y lo siento mucho.

Repita usted, Isidro, tales cosas a los de tercera clase, y seguramente que no llegamos a Buenos Aires. Se van a sublevar, a hacerse dueños del buque. Pero Maltrana, dominado por su emoción, no le escuchaba y siguió hablando: ¡La miseria!... lo que es, y quiero evitar que la conozcan aquellos que yo amo. Usted, Fernando, ignora mi vida.

Yo había tomado el camino derecho, y desde entonces me empezó a salir todo bien. Esta ha sido mi historia. Dejó de hablar el viejo y se me quedó mirando con sus ojos grises. ¿Quién cree usted que sería el verdadero Ugarte de los dos? le pregunté yo . ¿El de la cicatriz o el otro? El de la cicatriz, seguramente. El otro, sin duda, no quiso dar su nombre. Me despedí de Itchaso y me fuí a mi barco.

Palabra del Dia

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