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Actualizado: 15 de junio de 2025


Este medio me resultaba prosaico y hasta un tanto peligroso, pues podía suceder perfectamente que encontrase allí al hermano, es decir, al individuo aquel que la acompañaba la noche en que la seguí, y que en medio de mi ilusión, creía yo que no podía ser más que su hermano. Costábame trabajo el resignarme a creer que fuese un amante.

Altos secretos me sacan De donde estoy á tus ojos. ¿Qué región vives, helada Sombra, sangrienta figura? El clima que nunca baña La luz del sol, ni conoce Los rayos de la esperanza. ¿Qué quieres de ? Que veas Dónde me tiene la errada Senda que seguí, que el cielo A esto me obliga, por causas De su secreta justicia. A muerte estás condenada.

¡Oh! eso es grave, hija mía dijo la tía Liette sonriendo a pesar de su tristeza. ¿Verdad que ? respondió cándidamente la joven miss. Así fue, que cuando el señor de Argicourt fue a acompañarle, los seguí con disimulo y me puse a escuchar... que hice mal, tía Liette... Liette le estrechó la mano, como para animarla.

Al pronunciar estas palabras, me decía a mi mismo que él me había hecho perder mucho más, impidiéndome oír el resto de la conversación, porque las dos jóvenes acababan de levantar el campo. Seguí con la mirada a una de ellas, que ya me tenía cautivado. Sentía grandes, deseos de saber su nombre, y no me atrevía a preguntarlo.

No hice ninguna pregunta y la seguí dócilmente, preguntándome dónde me llevaba. ¿Era al convento para hacerme reflexionar sobre el matrimonio? ¿Era a la cárcel, para castigar mi falta de vocación espontánea?... No era, por fortuna, a ninguno de los dos sitios, sino sencillamente a casa de su director y amigo, el señor canónigo Tomás, profesor del Colegio Libre.

Al salir el sol ya habia montado los bajos, y seguí con fuerza de vela y viento N fresco, por lograr la pleamar de dia en el Rio Negro, y poder lograr entrar en él, por estar la mar muy gruesa y el viento contrario para aventurarse á embestir su barra. De noche las doce llegué la barra que rompia de punta á punta, y la embestí por la canal del N por entre las reventazones.

Con ayuda de la cuerda me deslicé suavemente en el agua, nada fría, porque el día había sido muy caluroso. Crucé a nado el foso y seguí nadando junto a los altos muros de la fortaleza, sin ver a más de tres varas de distancia y con muy buenas esperanzas de no ser descubierto.

Después del tercer cuarto de hora me arrepentí de haberme acostado, y al cabo de una hora de inquietud, me levanté dispuesto a vestirme. Animome la creencia de que había visto lumbre en la sala común, y que tal vez estaba ardiendo todavía. Salí fuera de mi habitación y seguí a tientas el corredor que resonaba con los ronquidos de los allemani y con el silbido del viento implacable.

No os podéis figurar, amigos, la alegría y la tristeza que sentí al mismo tiempo. Los seguí como un tonto por más de una hora al través de las calles, y cuando acordé en tenía las mejillas bañadas de lágrimas. Un murmullo de aprobación corrió por el pórtico de la pequeña iglesia.

Federico se arrodilló a mi lado, puesta la mano en mi hombro. Hable Vuestra Alteza en voz baja dijo Sarto al llegar con la Princesa a nuestro lado; y después un grito ahogado, que parecía expresar alegría y temor a la vez, y su voz que decía: ¡Es él! ¿Estás herido, sufres? Corrió a mi lado y con suave esfuerzo apartó mis manos, pero yo seguí con los ojos fijos en tierra.

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