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Actualizado: 15 de mayo de 2025
A las dos de la tarde me anclé en la parte del N: inmediatamente echè la vasijería en tierra, y con ella hice un corral provisional para encerrar los caballos que compré, y seguì la feria.
El mundo es grande, y, sabiendo trabajar, se vive siempre. Venga usted conmigo. Le seguí, y me condujo a una posada de marineros de la calle de la Souris, calle estrecha, infecta, sombría. Bajamos unas escaleras, hablamos y bebimos. Sin duda, yo bebí demasiado.
La lancha se alejó: yo seguí viendo aquella gran masa informe, aunque sospecho que era mi fantasía, no mis ojos, la que miraba el Trinidad en la obscuridad de la noche, y hasta creí distinguir en el negro cielo un gran brazo que descendía hasta la superficie de las aguas. Fue sin duda la imagen de mis pensamientos reproducida por los sentidos. La lancha se dirigió... ¿a dónde?
La libertad fué la musa De los cielos mensagera, Que llenó mi alma severa Con su espíritu inmortal; Y en las negras tempestades Seguí con paso valiente, Su antorcha resplandeciente Y su faro celestial. Oh, Dios, inspírame un himno, Ó una fúnebre elejia! Que baje á la tumba fria Cantando á la libertad!
Un torrente de lágrimas salió de mis ojos al pronunciar estas palabras: un torrente de lágrimas dulces, como son siempre las del agradecimiento. Después, más sereno y animoso, senteme en el fatal banquillo, y seguí contemplando la ciudad, que empezaba a romper las brumas que la envolvían para recibir de nuevo las caricias del sol.
Don Ramón Brondo, Caballero del Hábito de Calatrava, Almirante de la Mar. Don Francisco Desbrull y Font de Roqueta, del Hábito de Calatrava, Depositario de Pretendientes. Don Gabriel Fuster, Depositario de la Curia Civil. Jaime Mas, Alcaide de las Cárceles Secretas. Miguel Seguí, Notario y Nuncio del Secreto. Gabriel Guasp, Portero del Secreto. Nicolau Rubert, Notario, Procurador del Fisco.
Te ví mujer: tus ojos entornados con dulce languidez, en su cristal ardiente, retrataban tus sueños de placer; cien ofrendas de amor los hombres todos postraban á tus piés, y te seguí tenaz con la mirada, tu mirada busqué, y largos dias en delirio ardiente tu imágen recordé.
Quise saber quién era, y me detuve un poco cerca del farol, ocultándome detrás del quicio de una puerta. Era Joaquinita, sin duda alguna. Esperé un poco y los seguí con la vista hasta que entraron en casa de Montesinos. Pero ¿usted la conoce bien? preguntó el P. Narciso. Lo mismo que a usted.
Ya cerca de él, pasó rápidamente por delante de mí un caballo sin jinete, arrogante, vanaglorioso, con la crin al aire, sano y sin heridas, algo azorado y aturdido. Era un animal de pura casta cordobesa, lo mismo que el mío. Le seguí, y apoderándome de sus bridas, cuando volvía, me monté en él; después de ser por un rato soldado de a pie, tornaba a ser jinete.
Durante largo rato seguí con los ojos las llamaradas, que la obscuridad concluyó también por absorber. El reloj dio las nueve y el viejo doctor entró. Permaneció mucho rato sentado en mi silla, silencioso, después me acarició la mano al despedirse y dijo: Continúe usted con el fenol, toda la noche.
Palabra del Dia
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