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Actualizado: 1 de mayo de 2025


El emperador mandó poner el palacio de lujo: y resplandecían con la luz de los faroles de seda y de papel los suelos y las paredes; las rosas rojinegras estaban en los corredores y los atrios, y resonaban sin cesar, entre el bullicio del gentío, las campanillas: en el centro mismo de la sala, donde se le veía más, estaba un paral de oro, para que el ruiseñor cantase en él: y a la cocinerita le dieron permiso para que se quedase en la puerta.

Después tomó una manta de viaje del ropero, se envolvió con ella, apagó la lámpara, hizo repetidas veces la señal de la cruz sobre la frente, sobre la boca y sobre el pecho, y se acostó en el suelo. El blanco lecho cubierto de seda y batista, tierno y perfumado y henchido de sensuales caricias, la estuvo reclamando en vano toda la noche.

Pacían con una tranquilidad bucólica en los céspedes marítimos, contemplados de lejos por las almejas, las ostras y otros bivalvos adheridos á las rocas por una madeja de seda dura y córnea que envolvía sus encierros.

Nadie acudió a recibirnos y desmontamos precipitadamente. De repente, Sarto oprimió mi brazo. ¡Mire usted! exclamó señalando al suelo. Vi a mis pies cinco o seis pañuelos de seda hechos trizas y me volví hacia él. Son los pañuelos con que até a la vieja me dijo. Asegure usted los caballos y sígame.

Pues es lástima contestó el vasco, mientras Lucía le miraba risueña . Harían ustedes una pareja, que ya, ya.... Ni escogidos. Sólo que la señorita.... Acabe usted suplicó Lucía, divertida hasta lo sumo y ocupada en quitar a una mandarina su cubierta de papel de seda. ¿Lo digo, señorito Ignacio? Artegui se encogió de hombros. Sardiola, creyéndose autorizado, se explayó.

De repente, hacia la puerta que conducía a las habitaciones de Josefina, se oyó el crujir de un vestido de seda que rozaba contra el muro: era que la niña venía al cuarto de su madre. Lázaro se puso en pié, indicando a la duquesa con los ojos el ruido de los pasos que se acercaban, y ella bajó calladamente la cabeza.

Las dos de labradores se diferenciaban harto. En la primera se había buscado, ante todo, el lujo del atavío y la gallardía del cuerpo; las cigarreras más altas y bien formadas vestían con suma gracia el calzón de rizo, la chaqueta de paño, las polainas pespunteadas y la montera ornada con su refulgente pluma de pavo real; y para las mozas se habían elegido las muchachas más frescas y lindas, que lo parecían doblemente con el dengue de escarlata y la cofia ceñida con cinta de seda.

Era la música que tocaba en el paseo, frente al Casino. Por debajo de las achatadas palmeras desfilaban, como las cuentas de un rosario de colores, las sombrillas de seda, los sombreritos de paja, los trajes claros y vistosos de toda la gente de veraneo. Los niños, vestidos de blanco y rosa, saltaban y corrían tras sus juguetes, o formaban alegres corros girando como ruedas de colores.

Era un magistrado de la Audiencia provincial; viejo ya, calvo, diminuto, flaquísimo; aladares rizados con tenacilla sobre las orejas; bigotes horizontales, engomados con zaragatona, tan largos, que sobresalían a los lados como balancín de funámbulo; corbata de chalina; chaqueta hasta media posadera; pantalones a menudos cuadros negros y blancos, de campana excesiva, para disimular la enormidad de los pies, aprisionados en zapatos de colgantes cintas de seda, tan anchas como la chalina.

Los preciosos y bruñidos tafiletes, los grandes chales de algodon y seda, de colores vivos sobre fondo blanco, ó mezclados; los mil caprichos de dibujo y bordado en las mantas rojas de lana, en los cojines y sandalias; los bellos turbantes; la infinidad de joyas y objetos de adorno, de plumas, corales, rosarios, filigranas, cigarreras bordadas de hilo de oro y plata, y mil objetos de uso manual, todo eso despierta la curiosidad por sus particularidades, sus vivísimos colores y sus caprichos de forma, que dan idea del estilo de la industria en Marruecos y los paises vecinos.

Palabra del Dia

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