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Actualizado: 13 de junio de 2025
Repasaba, pues, al piano Susana la sonata de Beethoven, en el saloncito de música, y pensaba en su empresa y en su primo. ¿Eran las tres, las cuatro, las cinco? No lo sabía; debía ser tarde, porque después del almuerzo, se puso a copiar unos documentos de don Bernardino con su letra clara y redonda, y esto le tomó mucho tiempo.
Rara vez estaba el salón abierto, pero, si llegaba a estarlo, por accidente, la figura de don Pablo Aquiles divisábase la primera, surgiendo de entre el rimero de libros y papelotes, y aunque él no fuera curioso, fácil le era ver quién entraba y quién salía del despacho de S. E.; así, Esteven, no atravesaba el coquetón saloncito, sin echar hacia la derecha una mirada de desconfianza, que en alguna ocasión fué a chocar con la rencorosa que le lanzaban los ojos del viejo Vargas.
Ya amanecía cuando fue extinguiéndose el ruido poco a poco, lo cual hizo creer a Amaury que Magdalena había acabado por dormirse. Queriendo asegurarse de ello bajó al saloncito y estuvo escuchando un rato junto a la puerta de su aposento, sin atreverse a entrar ni a volverse. Parecía estar clavado en el suelo. De pronto dio un paso atrás.
Mientras Beatriz hablaba, iba empujando a Paco fuera del saloncito; le iba echando a empellones de la casa. Ya en la antesala, Beatriz añadió: Ve al Ministerio; acude a la policía; busca a Braulio por todos los medios, no te detengas. Paco salió al fin de su mutismo, y contestó: Sosiégate, Beatriz, yo le encontraré. Pronto estaré aquí de vuelta. No lo dudes: le traeré conmigo.
Las diez o doce personas reunidas aquella tarde en el lujoso saloncito de la Marquesa, amigos íntimos y parientes que iban a felicitarla por ser su santo, habían permanecido largo rato formando grupitos separados hasta que alguien dijo en voz alta: Lo que usted oye; se han separado, él se queda en el cuarto donde hasta ahora han vivido juntos, y ella se está poniendo casa y se lleva al niño.
Un instante no más fue lo que tardó D. Jaime en aparecer a la puerta del saloncito que doña Manolita había dejado abierta. No tuvo D. Jaime que hablar palabra para obtener el permiso de entrar en el saloncito. Ella le aguardaba; ella le vio venir y le recibió sin cumplimientos ni ceremonia. Doña Manolita se quedó fuera y D. Jaime entró solo.
Reynoso mandó encender las chimeneas del dormitorio y del saloncito contiguo que ya estaban apagadas; luego despidió a los criados y se encerró con su esposa. ¿Pero qué es eso? ¿qué es eso? dijo paternalmente tomándole una mano y arrastrándola suavemente hacia un diván. Elena le echó los brazos al cuello y rompió a llorar.
Así llegaron a Peleches, en cuyo saloncito de labor, o mejor dicho, estudio de Nieves, con las puertas del balcón abiertas de par en par para que entrara a borbotones el nordeste que corría, saturado de los efluvios de la mar, fueron recibidos por los señores de la casa y por don Claudio Fuertes, que también estaba convidado a comer.
Muñoz, incorporándose bruscamente, le miró con una indefinible expresión de desconfianza; le vio sonreír ligeramente. Se levantó alterado, y comenzó a pasearse por el saloncito. Luego llamó y pidió su abrigo; pensaba que Julio, al tanto de toda su historia, respondía a sus confidencias con una crueldad irónica, y esto le lastimó.
En el rostro de Julio la mirada tranquila tenía una expresión de piedad para su amigo de otro tiempo. Mientras así le consideraba en silencio, un precipitado ruido de pasos se aproximó, por el corredor que llegaba hasta el saloncito, y una voz impaciente gritó: "¿Pero dónde diablos se ha metido?" Era Castilla. Ya, ya, respondió la voz de un sirviente gallego.
Palabra del Dia
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