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Actualizado: 24 de mayo de 2025


El doctor Trevexo se sentó en el sofá, al lado de dos caballeros, uno muy flaco y el otro sumamente grueso. El flaco era un hombre alto, con una cabeza diminuta.

Después de la comida, Fernando se sentó en el paseo lejos de la música, que empezaba su concierto nocturno. Estaba triste, y su tristeza era de engaño y arrepentimiento. Aquella pobre mujer había dicho la verdad: las ilusiones de él iban a morir de un golpe con la satisfacción del deseo. Mejor hubiese sido creerla.

Luego vino, se sentó frente á Dorotea que estaba doblegada. He cerrado las puertas, porque vais á oír lo que nadie ha oído; porque vais á ver lo que nadie ha visto; vais á oír al hombre; vais á ver al hombre en este pobre Quevedo, en quien todos ven lo que él quiere que vean.

Me iré a vivir a un pueblo, sin más lujo que una escopeta, ni más amigo que un perro. De pronto soltó a Cristeta, se sentó en una silla, y juntando las manos, comenzó a dar vueltas con los pulgares, como suelen hacer los que están muy aburridos. Cristeta, discurriendo con el sublime egoísmo del amor, pensó: «¡Pobre! ¡Tal vez se quede pobre! ¡Así será más fácilmente mío

Se fue pian pianino, y se sentó en la puerta, en un guardacantón que hay allí. Todos los días iba a ponerse en el mismo sitio, como un centinela.

Pasemos por alto la comida; don Camilo se sentó al lado de la señora y Valentina me dio la silla inmediata a la suya. Yo estuve hecho un necio durante toda la mesa; la alegría bulliciosa de Valentina me llenaba de tristeza; aun me parecía que se burlaba de , cuando su boca, no muy correcta por cierto, pero llena de gracia, dibujaba en su rostro aquella sonrisa que le era tan peculiar.

San Pedro, que estaba a la puerta, le dijo que colara; pero él respondió: «Yo no entro si no entra mi padrino conmigo.» «¿Y quién es tu padrino?», preguntó el santo. «Un capitán de bandoleros», respondió el niño. «Pues, hijo continuó San Pedro , puedes entrar; pero tu padrino, noEl niño se sentó a la puerta, muy triste y con la mano puesta en la mejilla.

No es un santo, ¡oh, no!: le tuerce los ojos a su criada francesa cuando no le quiere dar más dulces, y se sentó una vez en visita con las pierna cruzadas, y rompió un día un jarrón muy hermoso, corriendo detrás de un gato.

Mi buen Señor Wilson, os ruego que examinéis á esta Perla, pues tal es su nombre, y veáis si tiene la instrucción cristiana que conviene á una niña de su edad. El anciano eclesiástico se sentó en un sillón é hizo un esfuerzo para atraer á Perla entre sus rodillas.

Mochi se inclinó también, y Minghetti, después de una gran reverencia, se sentó al piano para acompañar el dúo de tenor y tiple con que empezaba la segunda parte. Nepomuceno se sentó junto a Marta, y Bonis muy cerca de su mujer, que respiraba con fuerza, absorbiendo dicha por boca y narices.

Palabra del Dia

ciencuenta

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