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Actualizado: 24 de mayo de 2025
El cuñado se sentó junto al grande hombre, trémulo de orgullo al pasar por las calles de Sevilla y que todos le viesen metido entre las capas de seda y los gruesos bordados de oro de los toreros. La plaza estaba llena. Esta corrida importante al final de otoño había atraído gran público, no sólo de la ciudad, sino del campo. En los tendidos de sol veíase mucha gente de los pueblos.
Con gran sorpresa vio que aquel doble movimiento la hizo abrir, y se encontró frente a un fuego vivo que iluminaba todos los rincones de la choza el lecho, el telar, las tres sillas y la mesa , y le permitía ver que Silas no estaba allí. Nada podía ser más atrayente para Dunstan en aquel momento que el fuego brillante sobre el fogón de ladrillos. Entró inmediatamente y se sentó.
Son la mujer y el hijo de mi nieto, el que trabaja en la obra dijo, dándola al mismo tiempo unas cuantas piezas de cobre. Y se sentó con orgullo en las sillas designadas por la empleada, juzgándolas mejores que las otras. Pero la satisfacción de mostrar á sus acompañantes la inmensa influencia de que gozaba en este lugar público duró muy poco.
Hizo después una almohada de ella y se tendió en el suelo. Isidora se sentó frente a él. «¿Oyes los pájaros? dijo Miquis Son ruiseñores».
Tenía mucho frío y mucho sueño; sin querer, pensaba en esto con claridad, mientras las ideas que se referían a su desgracia, a su deshonra, a su vergüenza, se mostraban reacias, huían, se confundían y se negaban a ordenarse en forma de raciocinio. Entró en el cenador y se sentó en una mecedora. Desde allí se veía el balcón de donde había saltado don Álvaro. El reloj de la catedral dio las siete.
Ovillitos, después de dirigir miradas escudriñadoras a las tapias y al camino, se sentó bajo el árbol que cobijaba a Román, y sacando una tijera, descosió dos de los infinitos parches que esmaltaban su mugriento capote de barragán.
19 para pregonar el año agradable del Señor. 20 Y enrollando el libro, lo dio al ministro y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. 21 Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos. 22 Y todos le daban testimonio, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca, y decían: ¿No es éste el hijo de José?
Y ¡orientales! replicó el aludido trazando un círculo con la cuchara para comprender á todos los comensales. ¡No valen interrupciones! ¡Pido la palabra! ¡Pido patís! añadió Isagani. ¡Que venga el lumpiâ! Todos pidieron el lumpiâ y Tadeo se sentó muy contento de haber salido del paso.
Ya os he dicho que puedo ser vuestro amigo. Hablad. El duque de Lerma se sentó y Quevedo volvió á sentarse también. Voy á desembozar algunas palabras que os están haciendo sombra, y á empezar por mí desembozándome.
Camucha, no sé para qué, los trajo a mi cuarto. Después se sentó en la cama y empezó a jugar con el almohadón. De repente me acordé que allí estaba mi diario. Camucha es irreflexiva, no tiene conciencia de la gravedad de ciertas cosas. Corrí en seguida, saqué a Camucha de mi cama y me senté apoyando la mano en el almohadón. Todos me miraron sin saber lo que me estaba pasando.
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